Mi fe
(Ven a la fiesta, te necesitamos)
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Juan 22, 1-14
Por José Ramón Ruiz Villamor – Sacerdote (miembro de Congregación de San José)
Esta es la tercera parábola con la que Jesús echa en cara a los representantes del pueblo la actitud de rechazo hacia él.
Con la primera parábola Jesús acusa a sus adversarios de tratarle a Él con el mismo desprecio como lo hicieron con Juan el Bautista y los anteriores profetas. En la segunda Jesús resalta cómo las autoridades no aceptan que Él sea el Hijo de Dios y así tratan de manipular al pueblo y provocar su rechazo. De ahí que Jesús anuncie sin ambages que su pueblo pierde la propiedad de ser el pueblo escogido.
Esta tercera parábola sanciona definitivamente la posición de ruptura y anuncia claramente que cualquier persona está invitada a la fiesta de bodas del rey.
En aquel tiempo, volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:
«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar otros criados encargándoles que dijeran a los convidados:
“Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda”.
Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los mataron.
El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.
Luego dijo a sus criados:
“La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda”.
Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo:
“Amigo, ¿Cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?” El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los servidores:
“Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”.
Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos».
Antes de nada, si tienes curiosidad por saber cómo podía ser una boda hebrea, en los tiempos de Jesús, te sugiero ojees este artículo: https://buscandoajesus.files.wordpress.com/2012/07/boda.pdf
Al leer el trozo de evangelio de Mateo la primera impresión, que se tiene, es que “el horno no está para bollos”.
A Jesús le parece que hay cosas, en la vida, con las que no se juega.
Es más, creo poder afirmar que el talante de Jesús se deba a que lleva en su interior la vida gastada de infinidad de personas.
Jesús, junto con su pueblo, alberga en su corazón una historia de esperanza y de promesas desde que la humanidad tiene memoria hasta Juan el Bautista.
También guarda la memoria del compromiso vivido por su madre María y su padre José; por sus primos ancianos Isabel y Zacarías; Simeón y la profetisa Ana.
De ellos, Jesús, ha aprendido a mirar a los ojos de cada persona con la que se encuentra y ver como cada corazón alimenta, en la autenticidad, la fe y la esperanza en las antiguas promesas que espera se cumplan.
La parábola de hoy, de algún modo, traslada la idea clara de que Jesús también conoce los deseos de la humanidad que va a seguir a su tiempo: de cada persona que ha ido confiando, después de que Él se fuera, en que se cumplan esas mismas promesas de fraternidad, prosperidad y felicidad.
Estoy convencido que tu vida y la mía también están en su sonrisa.
Por eso Jesús no está dispuesto a transigir. Por ello, en esos momentos, en los que estando en Jerusalén y se enfrenta a sus adversarios con la fuerza de estas parábolas, sabe que le toca pagar de persona, es consciente que el amor gastado tiene sentido si toca y trasforma el corazón de la persona amada.
De ahí su determinación, el sentido de su vida, su vocación: susurrarte que Dios está enamorado de la vida; de ti.
Él desea que, al levantarte cada día, tu corazón viva la certeza que tienes un Padre apasionado por la vida; que actúes con la confianza de que te ama tanto que tu Vida, en sí misma, es para Él única; que, cuando el sufrimiento o la desesperanza te hagan dudar, recuerdes que estás viviendo una gran aventura, en libertad.
Que sepas que Él sabe que no vas a poder dejar de comprometerte con autenticidad, porque el saborear la vida, también a ti, te apasiona.
A Jesús le importa que te sientas invitado a la fiesta de la vida, tú que andas por caminos y veredas. No importa el título nobiliario que tengas; ni siquiera si lo tienes. No importa si te han etiquetado de mala o buena persona. Desea que recibas, cada nuevo día, la invitación a participar en el banquete de bodas de la Vida.
Aún te digo más: una vez que te sientas invitado, lo que a Jesús realmente le importa es que tus jornadas transcurran en la serenidad y la valentía de que la vida merece la pena vivirla.
Por ello, déjame que te diga con un poco de humor: deseo que recuerdes que cada vez que aderezas la receta de tu vida con arrobas de esfuerzo, tazas de cariño, onzas de comprensión, puñados de paciencia, pizcas de picardía y litros de alegría y buen humor, tienes en el cielo al Chef de la Vida satisfecho contigo, enamorado de ti. Incluso aunque a veces te equivoques en las dosis o te pases de horno.
Deseo que sientas el regalo que eres y que al vivir tu vida como lo haces, puedas sonreír.
Tú eres la expresión cariñosa, auténtica y sencilla que provoca que el corazón del Padre-Dios se sienta enorme y feliz porque cada día las personas que comparten tu jornada ven en ti que la vida es un regalo que merece la pena saborear.
Esa persona que eres y esa vida que vives hacen parte de la misma historia y vida de esa infinidad de personas, la mayor parte anónimas que, con tesón, hicieron de la vida un bello poema de amor.
Ese poema lo ves reflejado en la sonrisa del bebé que se suelta, airoso, de la mano segura del padre; en la esperanza ilusionada de la madre cuando su joven hijo se va a la nueva casa a ensayar su independencia; en el abrazo de adiós del hijo que, por seguir su vocación, se despide del corazón de su madre; en la mirada serena de la abuela que se siente sola al perder al amor y apoyo de su vida.
Es el mismo mensaje que, Jesús y su madre María, escribieron y vuelven a recitar cada vez que alguien se sube a la cruz y el Padre-Dios lo resucita: la vida gastada así, es eterna, no termina, se transforma.
Como colofón y a modo de agradecimiento te cuento unas preguntas/respuestas que le hicieron, a la Madre Teresa de Calcuta:
- Madre ¿cuál es su pasatiempos preferido?
- El trabajo. Respondió. Porque me permite gastarme por los otros
Y luego añadió con una sonrisa:
- Estando sin hacer nada, nos cansamos muchísimo más. Este mensaje se lo debiéramos transmitir a los jóvenes. Los primeros que se esfuerzan por trasmitirlo a los jóvenes son los padres.
En otra ocasión, le hicieron otra pregunta que, me parece, podríamos re-proponer a toda madre o padre o persona que por vocación se preocupa por los demás:
- Madre ¿no se toma nunca un día de vacaciones?
- No tengo necesidad de vacaciones, respondió con mirada acogedora, porque mis días son todos festivos. Hacer el bien es una fiesta.
Mi deseo: que puedas seguir viviendo la fiesta de la vida y ser, como Jesús, “ilegalmente” feliz.