Vivir en familia no es vanidad
Lucas 11, 13-21
Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)
“¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad!”
escribía el inconformista Qohélet para provocar.
En palabras de hoy diría: “aprende a vivir la alegría cotidiana”.
También yo estoy de acuerdo con él: el hombre no es el dueño de su destino: todo es don de Dios.
¿Entonces cuál es el reto? mirar la vida de frente; incluso con la muerte cierta que la vida contiene.
Y a pesar del relativismo que poco a poco se adueña de nuestra vida, conseguir que los jóvenes aprendan a vivir y a disfrutar de las alegrías que Dios nos regala a lo largo de nuestra existencia.
El trozo de evangelio de Lucas añade: no tengas miedo, somos eternos. Somos hijos de Dios.
Hijos de ese mismo Dios al que le chifla hacer familia.
En aquel tiempo, dijo uno de entre la gente a Jesús:
«Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia».
Él le dijo:
«Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?».
Y les dijo:
«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes».
Y les propuso una parábola:
«Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos, diciéndose:
“¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha”. Y se dijo:
“Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”.
Pero Dios le dijo:
“Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”.
Así es el que atesora para SÍ y no es rico ante Dios».
Encuentro que no es posible encarar la vida con sinceridad y ponerse como objetivo el acumular.
Eso es vanidad de vanidades, diría Qohélet.
Lo vive intensamente cada persona que al amar construye familia y comunidad.
Y es que cuando vivimos con miedo, solemos acumular y olvidar las necesidades de otros. Es más, el temor a la muerte nos impulsar a vivir el presente y a refugiarnos en el activismo para asegurar el futuro.
Es la situación más habitual entre los humanos.
Los efectos de ello son, con frecuencia, los desacuerdos y las divisiones.
En cambio es muy complicado encontrar personas que hagan familia y construyan humanidad.
¿Qué anima a estas personas a esforzarse e incluso sacrificar su vida intentando sumar?
Pienso que el motivo sencillo y vivencial es que han elegido morar en la intimidad del Padre.
Aunque no lo parezca, esas personas desean vivir como el Padre Dios quiere.
Esta es la única cosa importante a la que se refiere Jesús en el evangelio, y a quien la elige no se la quitarán.
Es la decisión que impulsa a un padre a hacer familia, a una madre a gastar la vida por sus hijos, y a toda persona a restar importancia a lo que divide.
Esto no es vanidad. Es la Vida Nueva que resucita.
En los abrazos de Dios no hay ni derechos ni herencias.
Porque en ese espacio de vida, como en familia, todo se vive como un regalo.
Quizá por eso me encanta Quoelet cuando afirma con sabiduría y sentido común: «Toda obra de Dios llega a su tiempo, pero ha puesto la eternidad en el corazón de los hombres; y éstos no encuentran el sentido de la obra divina desde el principio al fin».
De algún modo la propuesta es que sigas animando a encarar sin miedo el propio destino.
Aún diría más: a vivir cada vida como una misión y a la vez como un enigma.
Y cada día dar gracias por lo que cada cual ha recibido. Mejor si es alrededor de una mesa compartida.
Así se vive en familia.