Un día harás cosas por mí que odias
Marcos 9, 30-37
Por José Ramón Ruiz Villamor – Sacerdote (CSJ)
Tu camino en la vida, y el andar de Jesús hacia Jerusalén van en paralelo.
Incluso nos sorprende cómo, en numerosas ocasiones, las pisadas se solapan.
Así que cada día tú y yo nos volvemos a preguntar si realmente Jesús es un “maestro de vida”, si sus enseñanzas son un buen libro de cabecera que poder consultar cada noche o, en cambio, admitimos que sea, como mucho, un casual compañero de camino.
Esta es la cuestión que Marcos sobreentiende cuando nos narra:
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos.
Les decía: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.
Pero no entendían lo que decía, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaúm, y, una vez en casa, les preguntó: ¿De qué discutíais por el camino?.
Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.
Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos
Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.
Marcos cuenta cómo el camino, por el que van discutiendo, les lleva a Cafarnaúm.
Y que allí, en la casa de la suegra de Pedro, en esa casa donde Jesús se siente más suelto a la hora de hablar, Jesús toma un niño.
Esa casa es el entorno que a Marcos le encanta para manifestar las grandes confidencias de Jesús. En ella se reúne la comunidad.
Ese niño, que probablemente era el que les servía, Jesús lo pone, ante los discutidores del camino, como símbolo de su propia impotencia.
Es curioso, porque el niño, cada niño en sí mismo, también quiere ser siempre el protagonista en todo. Pero es impotente.
Sin embargo, cuando los adultos quieren ser los primeros, entonces practican lo que describe el libro de la Sabiduría 2, 12. 17-20:
Se dijeron los impíos:
«Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso: se opone a nuestro modo de actuar, nos reprocha las faltas contra la ley y nos reprende contra la educación recibida.
Veamos si es verdad lo que dice, comprobando cómo es su muerte.
Si es el justo es hijo de Dios, él lo auxiliará y lo librará de las manos de sus enemigos.
Lo someteremos a ultrajes y torturas, para conocer su temple y comprobar su resistencia.
Lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues, según, dice Dios lo salvará»
Este Jesús que nos trasparenta Marcos como maestro de vida, propone con sencillez: “el cristianismo no es una religión de rangos”.
Andar sobre las pisadas de Jesús es abrir el corazón a esas experiencias de comunión que desembocan en aceptar a los pequeños, a los que no cuentan en este mundo.
A menudo dejamos que secuestren nuestra atención esas personas que tensionan, que dan prioridad a sus propias representaciones, a costa de sacrificar a los demás.
Y, con la misma frecuencia, gastamos el tiempo y las fuerzas en lamentarnos de ello y de ellas.
Aceptar la propuesta de Jesús de acoger a la otra persona como un niño no significa acoger a los pequeños, a los pobres, a los enfermos contagiosos, porque sean inocentes.
Sino porque son vulnerables.
El niño, que me planta Jesús es toda persona sin poder, ni defensa, ni derechos. Puede que habitualmente esté cerca de mi e incluso a mi servicio o a mi cuidado.
Pero ese “niño” también desea ser grande y espera que sus sueños se cumplan.
Ese niño necesita que yo pueda apoyar mi cara en su pecho y escuchar los latidos de sus aspiraciones.
Por ello, te felicito a ti, cuando lo haces y eres persona que suma y apoyas esas aspiraciones. A ti, que estás dispuesta a hacer cosas que odias, por mi.
Estimo que sea una gran suerte y bendición, poder encontrar personas que hacen equipo, que articulan familia que construyen comunidad.