A quien juzgue tu camino
préstale tus zapatos
Lucas 19, 1-10
Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)
Para mi Jesús es un Dios tan “de carne y hueso”
que le tildan de bebedor y borracho.
La maravillosa narración de Lucas explica bien a cuento de qué, le viene esa fama.
En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.
En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo:
«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».
Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:
«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».
Jesús le dijo:
«Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
El encuentro entre dos personas, decía Carl G. Jung, es como el contacto de dos sustancias químicas: si hay alguna reacción, ambas se transforman.
Eso es lo que sucede en Jericó.
En la última etapa antes de la jornada de desierto que llevará a Jesús y sus acompañantes a Jerusalén.
En el bullicioso oasis se encuentran dos personas honradas: Jesús y Zaqueo.
Se buscan, se necesitan.
Y, algo parecido a lo que sucede entre un bebe y su madre, en ese encuentro entrelazado de corazones desnudos, ambas personas se transforman y mutuamente se reafirman en su propia vocación:
– Jesús anima a Zaqueo, a vivir en plenitud el ser “hijo de Abrahán”.
– Zaqueo alienta a Jesús el “Hijo del hombre”, a seguir el camino y realizar su vocación de Mesías.
De este modo, casi sin darnos cuenta, Lucas consigue sentarnos a la mesa, con Jesús y Zaqueo.
Y en esa casa, en esa mesa, como un publicano más, compartir la misma inquietud de Zaqueo y escuchar de Jesús cómo vivir en autenticidad, con entusiasmo, los valores en los que creemos.
Y ante el poderoso atractivo de las riquezas y sus intereses, cómo apoyar a las personas que amamos.
Lucas lo evidencia bien.
Por eso, el pequeño e inquieto Zaqueo se transforma en un hito para el seguidor de Jesús.
Porque sugiere con espontaneidad, cómo vivir en cristiano las relaciones entre las personas y sus intereses.
Así el texto de Lucas reconcilia a cada persona hacendosa que se afana por procurarse el bienestar, con el mensaje de Jesús. Y lo hace sin atajos y, a la vez, sin diluir las exigencias del Reino.
Así a la vez que nos emociona la valentía de Zaqueo, agradecemos su bocanada de aire fresco.
Por supuesto que es necesario salvar las distancias del tiempo y de la época en el modo de abrir sus ojos y su corazón a los pobres.
De hecho, las situaciones sociales en los tiempos de Jesús eran muy distintas a las nuestras.
Pero la refrescante noticia del evangelio es válida entonces y ahora: la riqueza que generamos y sus intereses son injustos cuando acumulamos sin sentido y no permitimos a los pobres salir de su condición.
En el fondo, con su sorprendente personaje, Lucas nos traslada uno de los grandes deseos de Jesús:
vivir en cristiano es contemplar a quien comparte su camino
ponerse sus zapatos y compadecerse,
compartir mesa, hacer familia
y entrelazar comunidad.