TO-19A – Si dos se miran y se reconocen, el mundo cambia

Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Si dos se miran y se reconocen,
el mundo cambia

Mateo 14, 22-33

Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)
La fe
es un camino complicado,
un riesgo, una aventura
que pone a la persona en pie,
en movimiento,
construye a la persona por dentro,
le abre los ojos, la boca,
estimula su creatividad.
 
También implica abandonar apegos y seguridades.
 
La fe
no te cubre con un manto para ocultarte,
te despoja,
te expone a la intemperie.
 
La fe
le dice a cada uno
lo que es,
lo que puede ser,
lo que está llamado a ser,
más que lo que tiene que hacer.
 
Nuestro camino por la fe,
no debería producir angustia,
ni mareos,
eso tiene que desaparecer,
y dejar paso al placer de caminar,
caminar en el amor de Dios.
 
Después de que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
 
Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo.
 
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar.
 
Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma.
 
Jesús les dijo enseguida: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».
Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua».
Él le dijo: «Ven».
 
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
«Señor, sálvame».
 
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
«Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
 
En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo:
«Realmente eres Hijo de Dios».
 
Me brota una poesía Ernestina de Champourcin:
 
«Un día me miraste
como miraste a Pedro…
No te vieron mis ojos,
pero sentí que el cielo
bajaba hasta mis manos.
 
¡Qué lucha de silencios
libraron en la noche
tu amor y mi deseo!
 
Un día me miraste,
y todavía siento
la huella de ese llanto
que me abrasó por dentro.
 
Aún voy por los caminos,
soñando aquél encuentro…
Un día me miraste
como miraste a Pedro.

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