Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.
Si dos se miran y se reconocen,
el mundo cambia
Mateo 14, 22-33
Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)
La fe
es un camino complicado,
un riesgo, una aventura
que pone a la persona en pie,
en movimiento,
construye a la persona por dentro,
le abre los ojos, la boca,
estimula su creatividad.
También implica abandonar apegos y seguridades.
La fe
no te cubre con un manto para ocultarte,
te despoja,
te expone a la intemperie.
La fe
le dice a cada uno
lo que es,
lo que puede ser,
lo que está llamado a ser,
más que lo que tiene que hacer.
Nuestro camino por la fe,
no debería producir angustia,
ni mareos,
eso tiene que desaparecer,
y dejar paso al placer de caminar,
caminar en el amor de Dios.
Después de que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar.
Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma.
Jesús les dijo enseguida: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».
Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua».
Él le dijo: «Ven».
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
«Señor, sálvame».
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
«Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo:
«Realmente eres Hijo de Dios».
Me brota una poesía Ernestina de Champourcin:
«Un día me miraste
como miraste a Pedro…
No te vieron mis ojos,
pero sentí que el cielo
bajaba hasta mis manos.
¡Qué lucha de silencios
libraron en la noche
tu amor y mi deseo!
Un día me miraste,
y todavía siento
la huella de ese llanto
que me abrasó por dentro.
Aún voy por los caminos,
soñando aquél encuentro…
Un día me miraste
como miraste a Pedro.