TO-02C-… brindemos con el Vino nuevo…

… brindemos con el Vino nuevo…

 Juan 2, 1-11

Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)

Sin duda, la de Caná es la boda más recordada de todos los tiempos.
Pero no lo es por el novio que recibe la bronca del maestresala por su torpeza, y menos aún por la novia que ni se menciona.

En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen vino».
Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora».
Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga».
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua».
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les dice: «Sacad ahora y llevadlo al mayordomo».
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice: «Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora».
Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.

Al leer el atractivo relato, instintivamente deseamos encontrar una fiesta de bodas bucólica y algo exótica. Pero, con asombro, descubrimos una extraña celebración que nos sorprende por los muchos y curiosos vacíos que evidencia.
Todas nuestras expectativas se desvanecen cuándo, una mujer, la madre de Jesús dice «no les queda vino».
A partir de ahí releemos el texto preguntándonos ¿qué hay de aquellas sugestivas bodas, típicas de un pueblo mítico como el hebreo, que se celebraban en el campo? ¿Y de aquellos evocadores ritos de esta religión ancestral?
Juan nos sumerge en un relato extraño en el que todo es increíble:
– Habla de una boda y no se ocupa, a penas, de los novios.
– Nos narra que se agota el vino; pero sabemos que siendo algo excepcional en cualquier boda, lo es mucho más en un matrimonio hebreo.
– Aunque no nos sorprenda, es inaudito que este singular problema lo detecte una invitada.
– Pasa desapercibido el hecho de que, en una casa hebrea, las tinajas dedicadas a las purificaciones estén vacías.
– Y para completar la lista, una curiosidad: en aquella boda hebrea, había seis tinajas para las purificaciones, casualidad, una menos de las siete que indicaban las leyes rituales.
La explicación de todo nos la da el mismo evangelista al indicar que lo ocurrido en Caná es un «signo» que acontece «el tercer día de la boda», precisamente el día en que se celebra la Pascua Cristiana.
Ese mismo día, María está pendiente de todo lo que acontece en una boda que no va a ser una celebración cualquiera. Ella sabe muy bien que los acontecimientos de esa boda se engarzan con lo que sucede en la misma religión judía en la que ella había educado a su hijo.
Ella conoce bien el corazón de su hijo y también que la vivencia de esa boda representa a la necesidad que tiene cada corazón, cada familia, toda sociedad que ha perdido el vino de la vida, de recuperar la autenticidad de la vida.
Por eso es «la madre», la que treinta años después de aceptar el reto que cambió su propia vida, espera que tú y yo aceptemos la propuesta que se esconde tras ese «signo»:
Jesus es el Vino Nuevo, de exquisita calidad, que espera recibir quien se ha quedado sin vino.
Me encanta ver cómo el corazón de aquella «madre» se asemeja al de toda madre, al de cada padre.
Me emociona contemplar cómo ese enorme corazón de madre, elige soltar la mano de su hijo y empujarle decididamente a realizar su propia vocación.
Así es ella la que provoca que su hijo Jesús, con la destreza del mago, nos hechice a través de un maravilloso proceso de conversión del agua en vino. De tal modo que a la par que el mayordomo cata el vino nuevo, también nuestros ojos se abran a la maravilla de la vida nueva y nuestro interior vibre con la alegría y la magia del Vino Nuevo.
Así, pienso que este trozo de evangelio, espera que tú y yo, al admirar este «signo», deseemos sumarnos al grupo de amigos de Jesús y decidamos creer en Él.
Y, con el corazón enamorado, levantemos nuestras copas y al brindar juntos, celebremos que:
«El vino
mueve la primavera,
crece como una planta la alegría,
caen muros,
peñascos,
se cierran los abismos,
nace el canto»
(Pablo Neruda)
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