Tengo un jardín de cuentos sin finales para ti
Marcos 4, 26-34
Por José Ramón Ruiz Villamor – Sacerdote (CSJ)
En aquel tiempo, Jesús decía al gentío:
«El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».
Dijo también:
«¿Con qué compararemos el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar a su sombra».
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.
A las parábolas les pasa como al amor. Solo las entendemos en la medida que son vida auténtica.
En cada grano que el hombre echa en la tierra vive la pasión por la familia. Con cada semilla que sale de sus dedos, alimenta la esperanza de que la naturaleza le ayude a que la siega sea dichosa.
Y aún con las incertidumbres que se ciernen sobre cuanta sea la cosecha, el agricultor no alberga ninguna duda de que el grano de semilla cumpla su vocación.
Esa persona que echa la semilla puedes ser tú. Tampoco tú tienes la certeza de que tus esfuerzos obtengan la producción deseada. A pesar de ello no desistes. La semilla que echas merece la pena.
Y en cada siembra renuevas la ilusión porque los sueños se cumplan.
Me gusta que Jesús se haya fijado en la planta de mostaza. Debía ser muy habitual en los cultivos de su tiempo pues alberga propiedades medicinales y sus hojas son un excelente forraje para los animales.
Solo por curiosidad: la semilla, además de llamar la atención por su pequeñez, ayuda a prevenir el cáncer, acción que se potencia si va mezclada con la familia de las coles; es un potente anti colesterol; gran antioxidante contra las enfermedades autoinmunes; ayuda a dormir; tiene efecto antibiótico.
Por su parte, las hojas son un poderoso laxante natural, alivian los dolores de cabeza, el resfriado y la tos; reducen el dolor de las enfermedades reumáticas, estimulan el apetito.
Sorprende, cómo Jesús ignore todas las propiedades medicinales y maravillosas de la planta de mostaza, y sobre ellas vea su capacidad de “ser el hogar de los pájaros”.
La sorpresa ilumina el rostro cuando esa referencia nos recuerda otra del mismo Jesús: Por eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir. Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? (Mt. 6 25-26)
Entre todas las moralejas que, estas dos parábolas, hacen emerger en nuestro interior hay una que me parece especialmente significativa:
No dejes que las etapas que vivimos fraccionen tu vida.
Crecer, estudiar, hacer la universidad, vivir un noviazgo, casarse, conseguir un puesto de trabajo atractivo que me permita hacer lo que me gusta, tener hijos…
Te sugiero que no dejes que las etapas de tu vida escondan tus horizontes.
Cada etapa construye tu vida; los horizontes de cada etapa son parte de lo que es toda tu vida.
Porque el sentido de tu vida es saborear, admirarse, sorprenderse cómo, cada día va creciendo en ti la realidad de ser hijo de Dios.
Es una realidad que, como la semilla, va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. La parábola informa que todo está previsto que pueda ocurrir sin saber cómo.
Pero, lo cierto, lo bonito y sorprendente de este cuento, que es tu historia, es que no tiene final; y que lo vas escribiendo tú, viviendo tu aventura, junto con tu padre Dios.