TC-04C- La hitoria del hijo que vuelve y del padre que espera


La historia del hijo que vuelve
y del padre que espera

 Lucas 15,1-3. 11-32

Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)

Los padres de hoy, andan un poco despistados. Especialmente cuando los hijos son jóvenes.
A pesar de que todo lo aderezan de cariño, sienten el mordisco de la duda y se preguntan si aciertan en la manera de educar a sus hijos.

La realidad es que cada hijo es un proyecto libre e infinito que viene sin manual de instrucciones. De modo que a la par que cada hijo crece, lo hacen también sus intereses, el distanciamiento de sus padres y la sensación de fracaso.

Este es el horizonte en el que Jesús ambienta su sencillo y a la vez potente mensaje:
Dios es Padre que se siente orgulloso de serlo y vive idénticas preocupaciones a las de todo padre y madre.

(Enlace a las lecturas del 4º domingo de adviento del ciclo C)

Con esta parábola el evangelio va más allá de las relaciones entre padres e hijos y se fija en el rico mundo de las relaciones entre las personas. Jesús evidencia que el mundo no se divide entre buenos y malos sino entre personas que escuchan y personas que critican.

Así del “querer escuchar” propio de cada hijo o hija o del “saber enseñar” típico de cada madre o padre, se pasa al  reto que vivimos cada uno en nuestra relación con los otros, con Dios e incluso consigo mismo.

De entre todas las moralejas que este trozo de evangelio sugieren deseo enfatizar solo alguna:

– Escuchar es cultivar la capacidad de “volver a casa”.
En el fondo, “volver a casa” supone querer cultivar la propia interioridad y aprender a “estar consigo mismo”.

No es un reto fácil, porque cada jornada nos empuja a vivir intensamente la “exterioridad”; hasta el punto de sentirnos como si tuviéramos el motor de nuestro coche permanentemente encendido.

Este evangelio sugiere cómo encontrar el modo de apagarlo de vez en cuando y  propone recorrer a pié nuestro mundo interior.  Además nos anima a ser valientes y a favorecer que el encuentro con otras personas se realice en nuestra propia casa interior.

– Escuchar es cultivar la contemplación.
Cuando el corazón trata de proteger y de promocionar a las personas que ama vive también un afán intervencionista. Es natural. Y es que los desvelos mantienen “el coche encendido”. Así la tendencia natural es que trasformemos las preocupaciones y los pensamientos en acciones.

El evangelio propone modular nuestro instinto de modo que las preocupaciones no protagonicen siempre nuestro actuar. Que también la escucha y a la contemplación ayuden a que la realidad se acerque y nos toque.
Así ocurre en el evangelio cuando el cariño del Padre-Dios vive la espera y, solo cuando el padre otea al hijo en el horizonte y se cumplen sus deseos, se expresa en el infinito de un abrazo y en silencio de un beso.

Al cultivar nuestra contemplación observamos que cuando permitimos que la realidad “nos toque”, notamos que el mundo también puede ser percibido e, incluso, disfrutado. Así saboreamos cómo la interioridad transforma el disfrute en felicidad, suaviza los miedos y acrecienta la auténtica libertad.

Escuchar es cultivar el sentirse amado, aceptado y perdonado.
Sentirse perdonado es una experiencia única. No es comparable a otras de la vida. Ni siquiera llegan a su profundidad e intensidad el amor pasional, la alegría o el éxito; y tampoco el reencuentro entre dos amigos.

Si perdonar requiere que el corazón viva la generosidad, sentirse perdonado necesita que el corazón viva el sendero de la interioridad y del regalo.

Es la intención del Padre-Dios del evangelio al tratar que cada uno de sus dos hijos perciba que cada Yo profundo está realmente unido a la fuente del amor y es inseparable de ella.
Incluso en la vivencia de un hondo sentimiento de culpabilidad, el Padre desea que la experiencia del perdón regenere la certeza y la dignidad de ser su hijo.

Por eso deseo trasformar esta sugerencia en una bendición:
Que seas persona reconocida y estimada por lo que realmente eres en lo más profundo de ti.
Que seas persona amada de manera incondicional, incluso con tus defectos, fracasos y errores.

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