TA-04A- Sueño mi vida y vivo mi sueño

Sueño mi vida y vivo mi sueño

Mateo 1, 18-24

Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)

“Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido”.

Desde que aprendí este sencillo y sonoro poema de Machado me apena la imagen de ese olmo viejo.

Pero, también, con los años me han ido fascinando esas “hojas verdes” que brotan de su tronco herido y podrido.
Esas hojas nuevas evocan en mi interior la vida que borbotará en el entorno de ese viejo tronco.

Algo así me sucede siempre que releo este texto de Mateo:

La generación de Jesucristo fue de esta manera:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que habla dicho el Señor por medio del profeta:
«Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”».
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.

Este José, este “hombre de los sueños”, me tiene enamorado.

Al tener ocasión de visitar y contemplar la basílica con la que Barcelona ha querido homenajear a San José pude percibir cómo Gaudí ha moldeado en piedra el sueño de José que nos narra Mateo:
«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».

En ese “sueño” José  comprende que en la vida que crece acurrucada en el seno de María, su mujer, germinan misteriosamente los deseos que el Padre-Dios tiene para su amada humanidad.
Y atisba, de un modo sencillo e ilusionante, que “Jesús” no es solo un nombre para un bebé.
Ese “embrión” que, cuando nazca llamará “Jesús”, es el inicio de una vida nueva, de una buena noticia, de una aventura a la que él mismo está invitado a participar.

José, al despertar de su sueño comprende también que la Vida Nueva necesita de él, de la sabiduría antigua. Para crecer necesitará de una familia hecha, como todas, de aciertos entreverados de fracasos.
Como las hojas verdes brotan en el podrido tronco hendido por el rayo.
Como la Basílica de luz y piedra necesitan de la ciudad que la abraza y la espera.

Así, como un día más en el calendario, de un modo sencillo, misterioso e ilusionante llega la Navidad. De nuevo. Llega a tu vida y a la mía. De nuevo.

Y te propone, un año más, que compartas ese proyecto que el ángel, en sueños, te pide llames “Jesús”.

Ya sabes que ese pequeño roba-corazones, como cada bebé que nace, no es de tu propiedad.
Y que al ponerle nombre  vas a permitir que te transforme.
Es más, sabes que el nombre que le vas a poner, ישוע (Yēshūa), va a ser tu propia vocación.

Por eso, este año vuelvo a desear, que ese ángel juguetón y mensajero se zambulla entre nuestros sueños y los regenere. Como las lluvias de abril y el sol de mayo al viejo tronco hendido por el rayo.

Y así, con la mirada serena y el corazón alegre, entre todos, brindemos:
¡que seamos felices en esta Navidad y en el Año Nuevo!

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