Remedios para el corazón
Mateo 14, 13-21
Por José Ramón Ruiz Villamor – Sacerdote (miembro de Congregación de San José)
Hay cuadros geniales, cautivadores. Hay pintores capaces de plasmar en color los sentimientos más singulares y artistas que con trazos sencillos y espontáneos interpretan un mundo siempre nuevo de emociones.
Entre los muchos cuadros donde elegir, me encanta “El milagro de Santa Inés” del Tintoretto.
Representa uno de los milagros que la tradición atribuye a la santa, en el que ella resucitó a Licinio, hijo del prefecto romano, que había muerto al tratar de usar su violencia. Licinio, decepcionado por el rechazo de la hermosa y rica Inés, la había acosado de ser cristiana. Por ello Inés terminará siendo decapitada.
Tintoretto representa todo ello a través de una intensa luz celestial que viene de arriba y resalta la cara y el vestido blanco de Inés sobre los ropajes de los dignatarios que la rodean. El cordero, que asoma la cabeza junto a Santa Inés, recuerda cómo su nombre (Agnesse = agnello = cordero), manifiesta que la santa, como un cordero, termina en el martirio siendo inocente.
Cuando la familia Contarini encarga al Tintoretto que pinte un cuadro para la Capilla que poseían dentro de la Iglesia Madonna dell’Orto, en Venecia, desea que la Santa proteja a los difuntos enterrados en ella.
En cambio, para el Tintoretto, este encargo adquiere un significado especial porque en Santa Inés ve reflejado el rostro de su hija Marietta. Ella, por amor a su padre, ha sacrificado su vocación de mujer y de madre. Dicen los entendidos que Marietta, excelente pintora, para poder ayudar a su padre en los encargos con facilidad y así neutralizar el clasismo de la sociedad veneciana, se presentaba como un garzón con ropajes masculinos dando la idea de ser un asalariado del Tintoretto.
Como puedes ver el mismo cuadro cuenta historias distintas que enriquecen tu cultura , dependiendo de lo que descubras en él.
Me parece que, algo así, sucede también con este trocito de Mateo 14, 13-21. Según cómo se lea, nos traslada sugerencias diversas y enriquecedoras. Trascribo el texto:
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan Bautista se marchó de allí en barca, a solas, a un lugar desierto.
Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los poblados.
Al desembarcar vio Jesús una multitud, se compadeció de ella y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:
«Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida».
Jesús les replicó:
«No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer».
Ellos le replicaron:
«Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces».
Les dijo:
«Traédmelos».
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
Si solo leemos este trozo, la coreografía y las palabras de Jesús (en negrita) colaboran en relacionar el milagro del compartir el pan y los peces con de la Eucaristía.
Como esta propuesta de reflexión es muy habitual, no me entretengo con ella.
Deja que te proponga otra, a mi parecer, más cercana a la experiencia de nuestros amores y en la que compartir el pan adquiere un valor muy existencial y enriquecedor.
Para ello, cuando puedas, relee el capítulo 13 con las parábolas sobre el Reino y la fuerza de la semilla y, a su luz, el actual capítulo 14, donde, al final, encontrarás la sorprendente revelación: «realmente este es el Hijo de Dios» ; y seguido lo hilas con el capítulo 15 donde Mateo cuenta una segunda multiplicación de panes; y sobre todo con el 16 donde, a la pregunta de Jesús “¿quién decís que soy yo?”, la respuesta de Pedro “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios”; y finalmente la manifestación de Jesús: «el hijo del hombre va a ser crucificado…pero resucitará». Todos estos capítulos entreverados de actitudes y gestos por parte del mismo Pedro y de los demás que nos hacen sonreír.
Al leer estos cuatro capítulos de Mateo intenta apreciar qué trasparenta el corazón de Jesús, descubrir el cariño que los gestos de Jesús transparentan del querer de Dios. Y sobre todo trata de encontrar algún parecido con tu modo de amar.
Mi opinión: Jesús ama sintiendo “compasión”.
En esta acción, sentir compasión, se concentra lo que, creo, es el modo de ser de Dios.
Aunque desconozco qué regusto te deja al dejar que resuene la expresión sentir compasión, en tu interior, te ruego me dejes que te describa qué desea el Evangelio.
Si observas, no he escrito “Jesús ama con un corazón compasivo”. Más bien he utilizado la expresión Sentir Compasión.
El original griego utiliza el verbo “splagnizomai”. Tiene su raíz en “splagma”. La medicina antiguo lo usaba para describir el dolor de un infarto o de un parto. Es una especie de revuelto de puchero que lleva a vivir en ti, como si fuese tuya, la indefensión, el dolor del otro; y a buscar la manera de aliviarlo como si de tu hijo o hija se tratara.
Es el sentimiento de ternura y conmoción que revuelve tus entrañas, por la desgracia o el mal que el otro padece, e impulsa el deseo de aliviarlo. Lo expresamos con sentir compasión y, también, con sentir misericordia.
Vivir la compasión es amar como una madre: sin ambiciones personales; supera barreras y distancias y no cesa hasta llegar al corazón otro. Gasta, de sí, de su tiempo, de su vida esperando ver dibujada en la cara de la persona amada la sonrisa, no de la recompensa, sino de la alegría, de la dicha y de la esperanza.
Quien comparte con una madre el andar entiende muchas cosas del vivir y del amar, hasta el punto que se termina siendo mejor persona. Quizá por ello, una madre no tiene años.
Vivir la compasión o la misericordia ayuda a mantener vivo el propio ser interior que se vuelve presto y atento hacia quien sufre a nuestro alrededor. Quizá por ello las madres combinan el ser activas, dinámicas, prácticas, esforzadas con el tono de voz que estimula a los demás. Quizá, por ello, también, humedecen sus ojos al sentir dolor por los demás, al vivir la angustia de la espera y al sentir la buena noticia de la esperanza.
Así, creo que Mateo desea trasmitir que Dios tiene el mismo tipo de sentir por cada ser humano como una madre hacia el hijo que ha parido.
La propuesta del evangelio, es que vivas tu relación con Dios como hijo, como hija.
Te pido que te detengas un momento y dejes que emerjan en tu pecho esos sentimientos de preocupación que impiden que tu semblante sea sereno y tu mañana se pinte de ilusión. Si eres joven porque sientas que tu futuro es incierto. Si los años te pesan, porque dudes de cómo sean los próximos meses.
Te propongo que junto a esos sentimientos dejes que resuene en ti la certeza: “Dios me ama con amor entrañable”. Y pienses en Él como el Padre/Madre que realmente se compadece de ti.
Me encanta esa expresión: No hace falta que se vayan, dadles vosotros de comer.
Deseo que te sientas parte de esa fiesta improvisada que organizó Jesús cuando mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras.
Así, me gustaría, que pudieras vivir la certeza que sea posible que la vida se regenere.
Es verdad que a veces vivimos acontecimientos que nos colocan en la sensación de derrota: un amor que se transforma en desamor, un proyecto o una ilusión que fracasa, un accidente, un trabajo que se pierde, una enfermedad que acecha, un hijo o una hija que se va… vivencias que no dejan dar marcha atrás a los años, acontecimientos que no permiten recuperar una vida….
Creo poder entender, leyendo el evangelio, que cada vez que andamos el camino de la regeneración caminamos el mismo camino de la Resurrección; y que sea posible porque Dios, como una madre, te contempla y te siente con entrañas de misericordia.
Lo veo en cada vida regalada, con amor entrañable, que cada día vuelve a amanecer sintiendo la vocación de ser semilla y sabiéndose portadora de vida.
La veo también en mi vida, en la tuya, cuando me reconozco tierra de cultivo y confío que la vida nueva, que otras personas a su vez me regalan, realiza en mí una nueva cosecha.
Lo veo en tu corazón y en el mío, al palpitar al mismo son que el de nuestro Dios.
Lo vivo en cada comida y en cada Eucaristía cuando, al bendecir el pan, pido al Espíritu de Dios que me resucite de mis fracasos, inseguridades, derrotas y frustraciones. Y que me ayude a seguir tomando decisiones valientes. Y a seguir compartiendo contigo, juntos, esa vocación de llevar cestos de pan con la sonrisa en el rostro, después de oír una vez más al maestro que nos susurra dadles vosotros de comer.
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