Remedios para el corazón (II)
Mateo 14, 22-33
Por José Ramón Ruiz Villamor – Sacerdote (miembro de Congregación de San José)
Cuando era pequeño y los recuerdos eran menos numerosos que los proyectos y los fracasos que las ilusiones al escuchar este trozo de Mateo, mi pensamiento se centraba en ver a Jesús andar sobre las aguas; también veía a Pedro andar un rato y luego ir sumergirse como a cámara lenta.
Y, entonces, mi pequeña fe nueva se imaginaba que a los de la barca les faltaba la magia de la Navidad y creer en los reyes magos.
Con mi fe joven miraba divertido y con simpatía a los bravos de la barca y me decía «esos me recuerdan a los vascos bogando en una regata de traineras». Les veía como auténticos bravos dominando la barca para que el viento no les echara contra la orilla. Si eres de tierra adentro y quieres hacerte una idea del ambiente marinero te gustará leer las «inquietudes de Shanti Andia, de Pio Baroja. De ese libro encantador te trascribo algunas líneas:
Para el pescador, para el hombre ignorante y sencillo que no puede apoyar sus ideas en las bases de la ciencia, el mar es un tirano, le engaña, le adula, le seduce, le ahoga.
Para el pobre marinero, el mar es el «summum» del interés, del encanto, de la variedad. Esos trabajadores míseros cuya vida es una continua lucha y un esfuerzo titánico y desproporcionado, son muchas veces felices, y el mar, su enemigo, el mar, el monstruo incomprensible, llena su existencia y hace su felicidad.
Para nosotros los marinos de altura, el mar es principalmente una ruta, es casi exclusivamente un camino. ¡Pero qué camino!
A pesar de no ser vasco y también yo ser de la meseta castellana, revivía en mí esas descripciones cuando en mis años de teología escuchaba las explicaciones de mis buenos profesores de Teología comentando cómo esa frágil barca del evangelio sea el paradigma de la Iglesia, cascarón de nuez en el mar de la vida, que a pesar de los embates que ha recibido en estos dos mil años sigue navegando.
Ahora cuando leo este texto del evangelio, con la barca identifico a personas, miradas y rostros que con los puños apretados, bogan con fuerza tratando de aguantar los embates de la vida. Y a la vez que leo el texto de Mateo, pienso en esas personas, que también llevo en el corazón, mientras empujan una familia o un trabajo o una vocación cada día intentan encontrar sentido a preguntas que no tienen respuesta cierta, o al menos sencilla.
Después de que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma.
Jesús les dijo enseguida:
«Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».
Pedro le contestó:
«Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua».
Él le dijo:
«Ven».
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
«Señor, sálvame».
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
«Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo:
«Realmente eres Hijo de Dios».
Con mi fe de ahora, Cuando los años que cumplimos conllevan más recuerdos que proyectos los años que quedan, entiendo lo difícil que es dejar a Dios ser el compañero de boga que Él desea ser. Con la juventud cada uno desea gobernar su propia vida. Pero con los años nos volvemos escépticos hasta con la idea de que los reyes magos sean realmente mágicos. Así que no es nada fácil ver con la perspectiva de Dios.
Pero me gusta el Jesús de este trozo de Evangelio. Me encanta ese Jesús que apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla. Me lo imagino con la cabeza puesta en lo que su ánimo le pedía. Primero despedir a esa misma gente que le había enternecido el corazón y robado el milagro de los panes; y seguido subirse al monte para, solo, contarle al Padre sus inquietudes y (pienso yo) recargar pilas.
Mientras tanto, los valientes de la barca, juntos, tratando que el viento y las olas no la desmanden. La cuarta vela de la noche empezaba a partir de las 3 de la madrugada. Así que, al punto de rayar el alba, Jesús se acerca a esa barca.
De lo que pasa ahí me gustaría que te quedaras con la expresión «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!» porque a pesar de lo que la narración pueda parecer, en ese caminar sobre las aguas, no encontramos a un Jesús mágico. Sino a un Dios que llega al encuentro y con Él todo se calma y cobre sentido.
Si eres madre o padre lo has vivido cuando con la magia de tu beso y tu abrazo llenar de serenidad el corazón de tu hijo, de tu hija.
Sabes que hay vivencias en la vida que ponen en aprieto la fe. Pero no para quitártela. Sino que esas vivencias son tan dolorosas e intensas que, de natural, llevan a relacionarnos con Dios desde el miedo, la distancia y a tratarlo como el juez justo. Aún recuerdo la expresión que me decían de pequeño: “Dios castiga sin dar voces”.
En cambio, aunque no te lo parezca, ese caminar sobre las aguas es un modo de decirte “no tengas miedo, soy yo”. Es la forma del Padre-Dios de darte un beso y un abrazo y, con esa magia, ayudarte a superar el momento de dolor y de perdón para proponerte “vuelve a proyectar futuros en tu vida”.
No es fácil. Lo sé.
Si te atreves, deja que tu corazón experimente ese abrazo de Dios.
En ese momento conseguirás tres cosas. Notarás cómo te regeneras, te sorprenderás cómo le pierdes el miedo a la caducidad de la vida y volverás a sonreír cuando, increíblemente, te veas proyectando nuevas aventuras.
Y en los tres casos sentirás que el Dios en el que crees lo llevas dentro y te hace ser más libre que nunca… y te gustará encontrar momentos en los que estar a solas con Él.
A modo de saludo de despedida, te dejo este “Decálogo de la Serenidad” o también conocido por “Solo por hoy”.
Al verlo, por primera vez colgado en la sala de estar y de estudio de una persona amiga, me comentaba que lo escribió el papa Juan XXIII y que ese gran bergamasco que se llamaba Angel José Roncalli alimentaba su serenidad, ante todo, de su dejar a Dios hacer parte de su vida, pero también de su inteligente sabiduría humana; todo ello aderezado con un sorprendente y contagioso sentido del humor.
En los próximos 3 domingos no publicaré en el blog.
Te doy un abrazo y te deseo que sigas bien
El Decálogo de la Serenidad
- Solo por hoy trataré de vivir exclusivamente al día, sin querer resolver los problemas de mi vida todos de una vez.
- Solo por hoy tendré el máximo cuidado de mi aspecto: cortés en mis maneras, no criticaré a nadie y no pretenderé criticar o disciplinar a nadie, sino a mí mismo.
- Solo por hoy seré feliz en la certeza de que he sido creado para la felicidad, no solo en el otro mundo, sino en este también.
- Solo por hoy me adaptaré a las circunstancias, sin pretender que las circunstancias se adapten todas a mis deseos.
- Solo por hoy dedicaré diez minutos a una buena lectura; recordando que, como el alimento es necesario para la vida del cuerpo, así la buena lectura es necesaria para la vida del alma.
- Solo por hoy haré una buena acción y no se lo diré a nadie.
- Solo por hoy haré por lo menos una cosa que no deseo hacer; y si me sintiera ofendido en mis sentimientos, procuraré que nadie se entere.
- Solo por hoy me haré un programa detallado. Quizá no lo cumpliré cabalmente, pero lo redactaré. Y me guardaré de dos calamidades: la prisa y la indecisión.
- Solo por hoy creeré firmemente -aunque las circunstancias demuestren lo contrario- que la buena Providencia de Dios se ocupa de mí, como si nadie más existiera en el mundo.
- Solo por hoy no tendré temores. De manera particular no tendré miedo de gozar de lo que es bello y de creer en la bondad.
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