¿Qué hace brillar a las estrellas?
Lucas 20, 27-38
Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)
“Quiero saber cómo Dios creó este mundo. Quiero saber sus pensamientos; el resto son detalles”, dijo una vez Einstein que, contracorriente, se vestía de manera informal y despeinado.
Y lo consiguió. Con una sencilla ecuación describió la belleza, la majestuosidad y el poder del universo.
Desde entonces, su famosa Teoría de la Relatividad General es esencial para comprender las claves de lo que conocemos como “el mundo real”.
No le resultó nada fácil conseguirlo.
Para lograrlo necesitó, ante todo, abandonar la seguridad que le brindaban las anteriores teorías, como las de su admirado Newton. Luego a tientas, pero con valentía, dejando que le guiaran sus observaciones y corazón inquieto fue surcando la oscuridad y la incertidumbre. Hasta que un día, la sorpresa iluminó las entrañas de la vida “real”.
Si el proceso de esa persona que llamamos Einstein fue duro, tu y yo sabemos que supone un reto aún más sorprendente atisbar las entresijos de la “realidad de la vida eterna”.
No es suficiente con tener las inquietudes de unos “ojos vivarachos” para comprender cómo es la vida eterna. Al final hemos de aceptar que a los humanos nos faltan las herramientas que nos permitan vislumbrar cómo es la Vida más allá del espacio y del tiempo.
El reto es tan fascinante que hasta Jesús se sonríe cuando sus coetáneos le hacen preguntas un poco cómicas.
En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y preguntaron a Jesús:
«Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y de descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer».
Jesús les dijo:
«En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.
Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».
Me encanta la clave que da el evangelio para ayudarnos a comprender la vida eterna: “el Dios de Jesús es Dios de vivos”.
De alguna forma lo que pretende Jesús es que no busquemos una explicación de esas que se razonan con palabras. La propuesta del evangelio es especialmente vivencial.
De hecho la clave que sugiere Jesús engarza vida con Vida. La presente con la futura.
Así, desde mi punto de vista Jesús propone, a través de este texto de Lucas, que la vida más allá de la muerte se activa en cada detalle en el que “la vida genera Vida”.
Por ejemplo, ¿te has cruzado, alguna vez, con alguna persona que ha sido tan generosa hacia ti que has llegado a realmente dar gracias a Dios por ella? Cuando sucede algo así, hay dos personas generadoras de vida, la “generosa” y la “agradecida”.
De modo que el ser “hijos de Dios” es una realidad que lucir con dignidad. También es un sueño, una aventura que vivir. Pero creo que Jesús pretende que, sobre todo, ese sueño se haga realidad y nos impulse a actuar, a “ser personas”.
Ser persona creada a imagen y semejanza de Dios es transformar lo ordinario en extraordinario de tal modo que los “milagros” parezcan detalles sencillos y cuotidianos.
Ser persona es saborear el placer de la sencillez. Es cuidar cada día de las personas sin necesitar una lista de motivos por los que seguir. Es sencillamente amar.
Ser persona es ser reflejo de la grandeza que alberga en su interior.
Y como el brillo de las estrellas son agujeros por los que se filtra la luz del infinito, sugerir que el amar sin condiciones son ramalazos que revelan que cada persona realmente es “hija de Dios”.