Para ver a Dios no necesitas gafas
Lucas 9, 11b-17
Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)
Hacer deporte o treinta minutos de baile.
Incorporar el hábito de ser agradecidos.
Manifestar una actitud optimista frente a las adversidades.
Tomar las crisis personales como una oportunidad de crecimiento.
Evitar la procrastinación o como dice el famoso dicho «no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy»
Y finalmente construir buenas relaciones personales.
En opinión de muchos, estos ingredientes son parte de la receta ideal para ser feliz.
Y así lo creo también yo.
Pero deja que, con ocasión de la Celebración del “Corpus Chisti”, añada otro ingrediente sorprendente. Creo que es el que usan “las personas maravillosas”.
Es gracioso y habitual observar conductas egoístas en los pequeños.
Sabemos que son normales, pues el egoísmo forma parte del desarrollo evolutivo normal.
Otra cosa es que si se mantienen en el tiempo, pueden marcar el tono de las relaciones interpersonales en el futuro.
Me recuerdo sonriendo ante el gesto de generosidad de un niño. A punto de comerse la patata frita que su madre le puso en su mano, me oyó suplicar: “¿me regalas un poco?” Su primera reacción fue cerrar la mano, mirarme, remirar la patata y finalmente con sus deditos desgarrar un trocito muy, muy pequeñito que me ofreció con ojos sorprendidos.
Aunque aquel pequeño desconocía que mi sonrisa era una mezcla de pícara, divertida y emocionada, recuerdo cómo su madre se divertía contemplándonos a los “dos pequeñajos”.
Te he contado esta anécdota porque, para mí, celebrar la fiesta del Corpus supone un reto: vislumbrar cómo es la mirada de Dios; cómo palpita su corazón cuando me contempla.
Por eso, cada vez que tomo en “mis deditos” ese trozo de pan y digo “Este es el Cuerpo de Dios…” me identifico con aquel pequeñajo que oye “¿me regalas un poco?”.
Tengo la impresión de encontrarme en la misma situación que él.
De modo que cada vez que miro mis manos y levanto la mirada, veo los ojos que comparten conmigo el mismo caminar. Y pienso: “tu corazón y el mío desarrolla una vida en cada latido”.
Y es que tú y yo, tenemos el mismo reto: desarrollar la inmensidad y la eternidad que llevamos en el corazón. Porque cada uno de los dos, somos hijos de Dios.
Por eso, al contrario de lo que muchos piensan, participar de la Eucaristía no te hace mejor que nadie.
Compartirla es, sencillamente, alimentar tu persona y tu espiritualidad.
No es un ingrediente más en la receta para ser feliz.
Es el aliño esencial para “ser”.
La maravilla de esta “receta” está en el truco que esconde:
para ser… es bueno compartir,
compartir es abrirse al otro,
y abrirse al otro es ver la vida,
verte a ti con los ojos de Dios.
Es lo que haces al contemplar a tu hijo o a tu niña.