No sueñes tu vida, vive tus sueños
Marcos 10, 46-52
Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)
La sanación del ciego Bartimeo es una narración tan rica de matices que abruma nuestra sensibilidad.
Al leerla buscamos con ansiedad algo que nos serene, como cuando nuestros dedos, instintivamente acompañan el jamón con un buen trozo de pan. Cuenta Marcos que:
Al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna.
Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí».
Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí».
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo».
Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama».
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: « ¿Qué quieres que te haga?».
El ciego le contestó: «“Rabbuní”, que recobre la vista».
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha salvado».
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
Es muy curioso que el evangelista cite el nombre de este ciego. Y más aún, si es el nombre de un desconocido, marginado, sentado al borde del camino que llevará a Jesús de Jericó a Jerusalén.
Permanecen aún en la memoria de todos, los rescoldos de la reacción de Jesús hacia los “importantes”. Y nadie olvida su propio anuncio de su trágica muerte y su posterior y sorprendente resurrección.
Lo cierto es que el judío Bar-Timeo (“el hijo de Timeo”) no es uno cualquiera.
De las palabras originales que usan los evangelistas deducimos que debía ser un creyente “muy estimado” (este sería el significado de Timeo).
De hecho, el manto que lleva puesto es el gran Talit. Lo usan los hombres cuando van a hacer oración o leer en la sinagoga. Por eso, cuando lo suelta al responder a la llamada de Jesús, su gesto no pasa desapercibido; expresa cómo él está depositando en Jesús la fe que antes tenía en la Torá.
“Rabbuní que recobre la vista”, responde Bartimeo a la pregunta de Jesús.
Es también curioso que en todo el evangelio, solo él y la Magdalena lo llaman así: “Rabbuní” (mi maestro). A los dos, el encuentro, les cambia la vida el corazón y la esperanza.
A María al reconocer en el hortelano a su amigo resucitado y al momento, perder el miedo a la muerte.
A Bartimeo al decirle Jesús: «Anda, tu fe te ha salvado» y abrírsele los ojos del alma.
Por ello, creo que entre los seguidores de Jesús, pueda sea el primero que realmente confíe en este Mesías que quiere subirse a la cruz para derrotarla con la resurrección. En este amigo que realmente tiene algo nuevo y auténtico para la humanidad.
Imagino a Bartimeo alejándose de aquel lugar en que había gritado con insistencia desde la oscuridad.
Y mientras anda la desértica etapa entre Jericó y Jerusalén, en esa jornada luminosa de un desierto que antes no podía recorrer solo, me lo figuro contemplado el mundo con sus ojos nuevos.
Aún siente cómo los dedos de Jesús le regeneran en tanto que lo tocan con benevolencia. Y desea transmitir cómo su vieja ceguera se ha encendido a un sorprendente mundo de fe y de esperanza.
A la vez se extraña de Pedro y del resto de seguidores. ¿Por qué les preocupaba tanto ser importantes?
Le han contado cómo a cada uno de ellos Jesús les había llamado. Como a él.
Al principio, también él pensaba que Jesús le llamaba para curarle la ceguera.
Ahora que camina a su lado va comprendiendo que su sanación verdadera llega al par que lo sigue. Paso a paso experimenta la fuerza transformante de este Mesías. ¿Ellos no?
¿Por qué no terminan de ver la auténtica verdad de Jesús? ¿Qué esperan realmente de Él?
Y así, según sus pies se adentran en el desierto y su corazón “ve” a Jesús con los ojos de quién no puede encerrarse en la alegría de haber recuperado la vista, decide acompañarle en ese camino que prefiere la felicidad antes que el éxito.
Posiblemente sea este el motivo por el que los evangelistas hayan querido recordarlo.
Cada día, en cada paso, a ti y a mí se nos plantea el mismo reto: cómo abrir los ojos y ver una vida nueva que la ceguera nos esconde.
Porque ese ciego al borde del camino soy yo cuando anclado en mis seguridades sueño mi vida.
Pero también soy más yo cuando, al escuchar la voz amiga, decido ponerme en pié, dejar atrás las viejas seguridades y al vivir mis sueños andar la senda de la Vida Nueva.