No eres imbécil
Marcos 6, 7-13
Por José Ramón Ruiz Villamor – Sacerdote (CSJ)
Me resultaba divertido, cuando de pequeño mi hermana me respondía con un “imbécil” cada vez que la hacía rabiar. Seguro que para ella era más importante el desahogo que le proporcionaba la sonoridad de la palabra que dejarle claro a su hermanito la escasez de su inteligencia.
Lo cierto es que esa palabra “imbécil”, encierra una sabiduría antigua que nos ayuda a entender este trozo de evangelio.
Así “im – becillis”, que viene de juntar en latín “In” (sin) + “baculum” (báculo), describe al caminante que no lleva báculo (bastón).
Aunque puede comportarse como un bastón ante los peligros que acechan al caminante, el báculo, a diferencia del bastón, es casi tan alto como la persona que lo luce. Esa altura y la característica curva con la que culmina manifiestan la dignidad de la persona que lo lleva.
Después de sentirse decepcionado por la gente que le había visto crecer, cuenta Marcos cómo Jesús envía a sus más cercanos compañeros de camino vestidos de túnica, sandalias y un báculo:
llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y añadió:
«Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos».
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
Sorprende que la reacción de Jesús a la desconfianza de los suyos, no suene a fracaso.
Es la actitud propia de quien sabe que debe dar tiempo a que la semilla, recién sembrada, desarrolle.
Por eso, los doce se comportan, sencillamente, como peregrinos.
Pero, a diferencia de cuando peregrinan a Jerusalén, su destino no es el Templo, el lugar más sagrado de su fe, sino cada casa, cada familia, el lugar donde cada uno se construye como persona.
Así la familia que los recibe, termina siendo el nuevo terreno sagrado donde sembrar la buena noticia.
No son portadores de un mensaje aprendido, de palabras que enseñar, de rituales que repetir.
Ellos mismos son el mensaje y la buena noticia.
Su báculo, su túnica y sus sandalias anuncian a quien los recibe, que su corazón alberga autenticidad y presagian que con ellos la vida se regenera y la esperanza se renueva.
La interpretación que hago de este texto se asemeja a la vivencia de dos personas que acaban de estrenar el ser madre o padre.
Ese bebé recién nacido les regala el título de “padres”.
Al cogerlo en el regazo con entrañas de madre mana el sentimiento de protección y de cariño, el deseo de darle todo, el pensar qué hacer para garantizar su felicidad.
Al abrazarlo en su pecho, el corazón de padre piensa que ha de poner las luces largas, desea esforzarse en colaborar en su futuro y percibe que esos ojillos traviesos, afectarán en lo que será su propio mañana.
Así, al construir familia, los dos van vislumbrando cómo su vocación es pasar de ser hijos a ser padres y transformarse así en el “báculo” que acompañe ese bebé, que es a la vez su vida y su proyecto.
Y van aprendiendo que en cada beso y cada “no” moldean en su hijo la capacidad de andar la vida.
Pienso que Jesús, al enviar a los suyos de dos en dos, desee que esa “pareja” de seguidores aprendan a contemplar el corazón de las gentes que se encontrarán, con los ojos del Padre Dios.
No creo que el objetivo de Jesús sea que los suyos tengan que convencer a nadie.
Sino compartir lo que son, lo que el propio Jesús comparte con ellos.
Para cada familia que les acoja en su casa ellos son un regalo de vida nueva.
Y ese báculo, además de ayudarles contra los peligros de la travesía, recuerda a cada uno de ellos que su empeño será hilvanar el corazón de Dios con el de cada persona, con el de la humanidad.
También ellos, como cada padre, necesitan vivir los avatares de la vida sintiéndose enviados por un Padre que los ama y protegidos por un báculo que anda su camino con ellos.
Deseo que no leas en esta reflexión palabras que digan cómo debes ser.
Sino que sea un homenaje
- a ti que sabes que el milagro de la vida necesita, cada día, de tus pequeños milagros y de tu sonrisa;
- a ti que eres parte de la gran familia de las personas que entrevén en los ojos de quien te mira el corazón de Dios;
- a ti que cada nuevo amanecer, con tu báculo en mano, andas los senderos de la vida y renuevas tu “Sí” a la voz de Jesús que, al atardecer, no se cansa de pedirte: «Dadles vosotros de comer».