Mi fe
( ¿Qué hago con Jesús? )
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Mateo 21, 33-43
Por José Ramón Ruiz Villamor – Sacerdote (miembro de Congregación de San José)
La lectura del evangelio de los domingos, en trozos, suele provocar, en nosotros, la necesidad de ser mejores. De tomar conciencia de dónde nos equivocamos. Incluso de la conveniencia de hacer el bien.
Este evangelio que hoy nos presenta Mateo es un ejemplo muy claro de esto.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
«Escuchad otra parábola: “Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos. Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon.
Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: ‘Tendrán respeto a mi hijo’.
Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: ‘Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia’.
Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?».
Le contestan:
«Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo».
Y Jesús les dice:
«No habéis leído nunca en la Escritura:
“La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente”
Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».
De hecho, la enseñanza que generalmente sacamos de su lectura es: Dios prepara la viña, que es su Pueblo Escogido, con mucho cariño y espera que cada uno colabore y trabaje para que produzca sus frutos; pero muchas veces la rentabilidad es mala porque los intereses impiden que aceptemos a Jesús en nuestra vida.
Con matices distintos, este es el contenido de los mensajes que recibimos acerca de este evangelio
Te propongo que leas este texto, con otros ojos, con otra mirada, con otra perspectiva. Te animo a que seas tú quien entra en diálogo con Jesús y escuches lo que te sugiere. Te invito a que leas este trozo de evangelio considerando a Jesús como un compañero de sendero. Compañero hoy.
Para ello te ruego puedas encontrar un rato de serenidad y te contemples.
A ti con tu entorno.
Que oigas lo que dice tu corazón; o mejor que le des tiempo para expresarse y lo escuches. Especialmente si sientes que otras personas necesitan de tu atención y preocupaciones. También si tu corazón está recorriendo el sendero de la soledad.
Para que te sea más fácil entrar en diálogo con Jesús, permite que intente actualizar esta parábola de los viñadores, utilizando formas actuales y a la vez tratando de respetar el mensaje de fondo.
Imagina una escena, frecuente, en la que encuentras a una persona amiga y, después del típico diálogo de puesta al día, aceptas su invitación a tomar un café.
Os encamináis a la cafetería, os vais contando. A un cierto momento, mientras le das un sorbo al café, te cuenta:
- mis hijos me han dicho que me vaya de casa, que están cansados de aguantarme. La mujer del mayor me dice que para qué quiero el dinero, que si de verdad quiero a su hijo, lo reparta ahora que les sirve a ellos. Me insisten que voy a estar mejor en la residencia que me han buscado; que voy a poder hacer lo que quiera sin preocupaciones; y que cuando quiera vaya a ver a los nietos
Y mirándote a los ojos, añade
- No sé qué hacer. Además, ahora que ya me falta mi María. Qué ilusión tenía ella por ser una familia cuando casamos. Y mírame, solo y abandonado después de una vida de sacrificio por ellos.
Estoy pensando en desheredares. Son unos desagradecidos.
¿Te imaginas que son mis hijos? ¿Qué han recibido todo de sus padres?
Aunque “esta actualización” no coincida con las cosas como tú las vives, creo poder acertar, cuando pienso, que tu corazón comprende perfectamente el sufrimiento que llevan esas palabras. Pero sobre todo te reconoces en el deseo de que cada persona que amas se sepa querida e implicada en tu familia. Y también que los sacrificios que haces por los tuyos evidencian que eres la base sobre la que descansa tu familia como proyecto.
Con ello deseo trasmitirte algo que ya sabes: que lo que Jesús desea coincide con lo que tú deseas, que vuestro corazón palpita al unísono, que se emocionan cuando se superan los problemas y se consiguen los éxitos y que los fracasos te obligan a sacar lo mejor de ti, pero no te derrotan.
También me gustaría que le cogieras el gusto a compartir, así, las preocupaciones con Jesús y a vivir la amistad del amigo.
Y que fueras respirando la serenidad de quien no camina en solitario, la satisfacción de quien se siente parte del mismo proyecto de Dios y la tranquilidad de quien sabe que Él también está implicado en tu proyecto.
Implicar a Dios en tu vida es sentirse parte de su familia y reconocer que lo que haces por los demás es, en el fondo, lo que Él necesita que hagas; y que el éxito en la empresa de la vida es, como dice Jesús, un milagro sorprendente.
Posiblemente, a tu corazón, si es como pienso un corazón dedicado a los demás, le encantaría recoger los frutos del agradecimiento y la satisfacción de la vida regalada. Pero, en el día a día se conforma con tener la certeza que esas personas por las que regalas tu vida deseen continuar la misma tarea con otras personas.
Te cuento un sucedido, que ocurrió en diciembre de 1979. En ese año Madre Teresa de Calcuta recibió el Nobel de la Paz.
Ocurrió cuando volviendo desde Oslo a la India, hizo una breve parada en la casa que la comunidad, de las Misioneras de la Caridad, tiene en el monte Celio, en Roma.
Entre los innumerables periodistas que se amontonaban para entrevistarla, uno, de lengua inglesa, se atrevió a sugerirle a la Madre Teresa:
- Madre, usted tiene ya 70 años, lo ha hecho casi todo, no se canse tanto; en cualquier caso el mundo no va a cambiar; descanse un poco.
Madre Teresa, con mirada serena, sonriente, le contestó
- Yo nunca he pretendido cambiar el mundo. El mundo lo cambiará Jesús. Y Él sabe cuándo. Y el sabe cómo. Yo trato de ser solamente una gota de agua cristalina en la que se pueda reflejar el rostro bueno de Dios.
Y seguido añadió
- ¿Le parece poco…?
Ante el silencio del periodista, Madre Teresa prosiguió:
- Lo haga también usted, así seremos dos gotas.
Madre Teresa con picardía femenina y con temple de madre insistió:
- ¿Está casado?
- Sí, respondió el periodista.
- Se comprometa también con su mujer, seremos tres gotas. ¿Tiene hijos?
- Sí tengo tres hijos.
- Se lo enseñe a sus hijos, seremos seis gotas.
Con gesto amable, Madre teresa, propuso:
- Cuantas más gotas de agua cristalina haya, más limpio será el mar. Incluso una sola gota de bondad hace que el mundo sea mejor.
Recuérdelo, colabore con su gota