32B- Merece la pena quien la pena te quita

Merece la pena quien la pena te quita

 Marcos 12, 38-44

Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)

Me fascina la personalidad de la viuda del Evangelio.

Me embruja y maravilla el misterio que esconde su corazón.

Y paso del asombro a la contemplación al ver, al propio Jesús, encandilado al mirarla.

En aquel tiempo, Jesús, instruyendo al gentío, les decía:
«¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa».
Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante.
Llamando a sus discípulos, les dijo:
«En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».

Ese día, antes de captar la atención de Jesús en el templo, esta misteriosa mujer ha decidido subir al Templo.  No está allí por casualidad.
Desde donde sea que vive hasta el Templo, en la cima de la colina, debe recorrer un largo trecho.

La subida es larga hasta despuntar en el patio de los gentiles por las escaleras cubiertas. Una vez allí le resulta fácil transitar, sigilosa, entre los majestuosos y espaciosos pórticos que envuelven el patio de los gentiles. Decidida, sin cantearse, sube la amplia escalinata y atraviesa la puerta Hermosa. Una vez ha llagado al patio de las mujeres, su destino, se acerca a la zona del tesoro del Templo, donde están los enormes cepillos abocinados que reciben las millonarias ofertas económicas, y en los que irán a parar sus dos monedas de cobre.

Allí, junto a la puerta de Nicanor el corazón de esta mujer viuda llama la atención de Jesús.

Describe  Marcos: Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho.
“Qué traes” le pregunta con alta voz y gestos ostensibles uno de los sacerdotes encargados.
En silencio entrega el tesoro que protegen sus dedos hambrientos.

Opino que en ese mismo momento, sencillo, inobservado para casi todos, cambia también la historia de la humanidad.

Ese momento, en el que una persona, una mujer entrega su diminuta vida al tesoro del Templo no ha pasado desapercibido a los ojos de Jesús.
Allí sentado sabe que en pocos días Él también deberá cumplir la parte más dura de su vocación. Él también recorrerá sin vacilar, un tortuoso camino que le subirá a la cruz.
¿Tiene sentido morir por tantos que lo desprecian? Ninguno de ellos ha sido capaz de admitir que su corazón alberga los mismos latidos de su Padre, que gusta le adoren en vida y verdad.

La mirada de Jesús encuentra en esa mujer una vida que por amor se hace culto. Va más allá de una religión vacía y sin sentido; de un culto sin corazón o de una religión sin fe, que es tan frecuente.

Opino que, Jesús, en ese momento de descanso, sentado en ese rincón del templo, acompañado de sus ciegos compañeros de camino desea vislumbrar una señal que le haga saber que todo lo que está por venir merece la pena, que su muerte no va a ser inútil.

Esta viuda, esta mujer, que dona su vida en dos monedas sencillas es esa señal.
Con su gesto auténtico, ella muestra que cree y confía en ese Dios de la promesa. Con su dignidad muestra que su fe va más allá de todas las mentiras que la rodean.

Y aunque sus dos monedas son como dos gotas de agua en el océano inmenso, las entrega.

En su corazón infinito, está convencida, porque así se lo habían enseñado, que con ellas está dando culto al Dios de la Vida.
Y, sin descuentos, entrega todo lo que necesita para vivir.

Y con ese gesto entreverado de vida y amor por Dios, Jesús comprende que siempre merece la pena gastar la vida, su vida de Dios, aunque sea solo por ella.

Y es, en el corazón de esa desconocida donde tú y yo podemos encontrarnos con Dios. Porque como decía Teresa de Calcuta: “Sin un corazón lleno de amor y unas manos generosas es imposible sanar a una persona enferma de su soledad.

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