26-¿Va a ser tu ojo malo?

¿Va a ser tu ojo malo?

Mateo 20, 1-16

Por José Ramón Ruiz Villamor – Sacerdote (miembro de  Congregación de San José)

Te invito a que no leas este trozo aislado de su contexto, sino que lo ambientes con lo que el evangelio cuenta antes (el encuentro con el joven rico) y después (Jesús anuncia por tercera vez a sus amigos más íntimos que en Jerusalén le espera su crucifixión y también la respuesta de Jesús a la madre de Juan y Santiago que le pide que sus hijos compartan con Él un lugar de privilegio en el futuro reino mesiánico).

Con ello te propongo que intentes entenderle a Jesús.

Sospecho que si lo haces, como efecto rebote, te entenderás más a ti.

Para ello, cuando pienses en la viña y en los trabajadores piensa en lo que consideras son las cosas o las personas de las que te sientes responsable.

No me entretengo en detallarte demasiados ejemplos de ello. Asumo que hay muchas ocupaciones que jalonan tu jornada y que hacen parte de ello. Así tus padres, sobre todo si tienen años; tus hijos (si los tienes); las dificultades en tu trabajo; las cosas de la casa: las visitas del médico, …

Te pido que pienses en ello sobre todo desde la preocupación que sientes. Que evidencies la conciencia que en muchas ocasiones vives por las personas o circunstancias que te preocupan.  Que veas la necesidad de poder compartir el afán por conseguir que las personas que hacen parte de tu vida, de tu familia, estén bien, con salud y que sobre todo consigan sus anhelos (y los tuyos).

Creo poder sugerirte que esas son las gafas que Jesús propone que puedas ponerte cuando leas el trozo de evangelio de Mateo. Porque Él también necesita sentir que puede compartir sus preocupaciones.

El texto cuenta que

«El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.
Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo:
“Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido».
Ellos fueron.
Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo.
Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo:
“Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”.
Le respondieron:
“Nadie nos ha contratado”.
Él les dijo:
“Id también vosotros a mi viña».
Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz:
“Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”.
Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo:
“Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”.
Él replicó a uno de ellos:
“Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”.
Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos».

La mayor parte de las reflexiones que puedes encontrar, sobre este evangelio, proponen una lectura ambientada en la justicia social. Me parecen bien.

Te propongo esta otra reflexión. Me parece ayude a aventurarse en el corazón de Jesús y por ende el del Padre Dios y, como por encanto, en el tuyo y en el mío.

Jesús sabe que su vocación es sacrificarse por los que ama. Como lo sabes tú respecto de las personas que amas.

Pero su preocupación es encontrar el modo de conseguir que los que ama se den cuenta del motivo de su sacrificio. Él observa que esos que considera hijos creen tener derecho al amor de Dios; algo semejante te puede ocurrir a ti si tienes la sensación de que tus hijos, o las personas que amas, creen tener derecho a tu amor.

Cuando ocurre eso, también puedes tener la percepción de que estás dejando de ser referencia en la vida de esas personas que amas, o encuentras gran dificultad para serlo, o sientes que tu vocación de padre o de madre está dejando de tener sentido.

Sigo con Jesús.

En el momento de este relato,  se ha despedido de su tierra, Galilea. Ya no volverá. Se encamina hacia Jerusalén siguiendo la margen oriental del Jordán.

Se encuentra en la zona de Jericó, un oasis maravilloso. En ese entorno con las preocupaciones de su corazón, semejantes a las del tuyo, cuenta la parábola que estamos contemplando.

De todo el texto deseo que te fijes en la expresión: ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?

Esta que lees es la traducción de una “frase hecha” cuya expresión literal en el original griego sería: ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?

Como puedes comprobar, el original griego va a ser tu ojo malo ha sido traducido por vas a tener tú envidia.

Te propongo dos contrastes o comparaciones:

El primer contraste es inmediato y lo manifiesta la misma expresión: ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?

Me viene al pensamiento lo que dicen las madres: “quiero a todos mis hijos igual”.

He aprendido a intuir que en el fondo casi nunca es así. Es verdad que una madre desea amar a sus hijos por igual. Pero también es verdad que cada hijo se siente libre de amar a su madre en el modo y en la intensidad que desea.

Y eso cambia totalmente el juego del amor.

La madre, que sabe del amor de cada hijo,  también sabe que cada uno de ellos recibe de su amor lo que él o ella desean y, con libertad, se quedan.

Y ahí está el motivo real de la alegría o del dolor de la madre y del padre.

El segundo contraste está entre esta expresión y la que Mateo refiere en el capítulo 6 versículo 22. “Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz”.

Poco antes, el evangelio de Mateo cuenta cómo Jesús propone descubrir que Dios es un Padre al que podemos llamar “Padre Nuestro” y sugiere que vivir la aventura de sentirse sus hijos es mucho más valioso que afanarse por poseer los tesoros de la tierra.

Así que con “ojo bueno” y “ojo malo” Jesús describe la actitud de la persona generosa en contraste con la tacaña. De tal modo que mientas la una es luminosa la otra vive en la oscuridad.

Al meditar esto trozo de evangelio, creo poder sugerirte, que, en el fondo, la preocupación de Jesús coincide con la tuya que lees o con la mía que escribo: que nuestra vocación de persona, de padre, de madre o la mía de sacerdote lleguen a buen término; que tu corazón y el mío vivan la confianza de que merece la pena seguir sacrificándose por las personas; que esos sacrificios no son baldíos.

Y eso sabiendo tú y yo, como Jesús, que las personas, por las que nos desvivimos, viven su vida en libertad.

A lo mejor, por ello, el ánimo de Jesús es trasmitirte que sigas teniendo la seguridad que cada sacrificio de tu corazón generoso alumbra la mirada y la vida de las personas que amas; y que, aún con tus errores, cultivas vida. Vida que no se pierde. Vida que regenera. Vida nueva que resucita.

Como te decía al inicio, este texto hace parte de un horizonte más amplio que iremos oteando.

Por eso, antes de concluir mi propuesta de reflexión, permíteme que te recuerde que es importante seguir leyendo para captar en plenitud el mensaje de Jesús.

De hecho, un poquito más delante de este texto, hay una curiosidad, un sucedido simpático y misterioso y que, ayuda a afinar una poco más cómo es el corazón de Jesús.

Lo encuentras en Mateo 21, 18-22. A Jesús le debían chiflar los higos. Es posible que le encantaran tanto que un día, de mañana, ve una higuera y le apetecen; pero al acercarse y ver que solo tiene hojas la maldice con un gesto natural de medio disgusto. El caso es que cuando de vuelta por la tarde, sus discípulos se fijan en la higuera seca se sorprenden.

Ante la sorpresa que el hecho causa en sus discípulos, el mismo Jesús les anima (te lo cuento con mis palabras) y les sugiere: Te aseguro que si tienes una fe confiada, luminosa, no solo le dirás a la higuera que se seque y se secará, sino que incluso le dirás a este monte “quítate de aquí y tírate al mar” y lo hará sin más. Todo lo que pidas en tu oración confiada, lo recibirás .

Es posible que sea, algo parecido, a lo que tu corazón desea trasmitir, cada día, al corazón que amas: que pueda confiar en los tres: en sí mismo, en el tuyo y en el del Padre.

Esta propuesta de reflexión no termina aquí. Los evangelios de los próximos domingos la enriquecerán.

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