TO-03A- Lo eres todo para mí, te amo

“Lo eres todo para mí, te amo”

 Mateo 4, 12-23

Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)

Los 45 km que separan el pueblecito de Nazaret de la entonces poblada Cafarnaúm es la distancia de una vida.
Algo parecido al espacio que separa la casa de los padres de la propia después de la boda.

Y como cada padre y madre bien conoce, la casa de Nazaret se queda abrigando la soledad del corazón de María.

Han trascurrido treinta y cuatro años desde la visita de Gabriel y su interior sigue desbordando anhelos y vivencias.
Es corazón de madre y desde que lo concibió sabe que este día llegaría.

Es otoño cuando Jesús, su hijo, se va de casa, es tiempo de cosecha.
También para su madre María, es tiempo de ver cumplidos los anhelos de su vida.

Desde el instante que dijo “Sí” y aceptó cumplir su vocación ha hecho crecer en altura, sabiduría y gracia ese maravilloso proyecto al que puso por nombre “Jesús”.

Quizá por eso mismo, como nos cuenta Mateo, al poco de instalarse en Cafarnaúm, su nueva casa, su hijo Jesús se arremanga y se apresura a empujar ese mismo proyecto: hacer de la humanidad una nueva familia toda por crear.

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaúm, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:
«Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles.
El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló».
Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».
Paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores.
Les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.

Con frecuencia me he preguntado qué pudo convencer a Pedro y a su suegra alojar a Jesús en su casa y es que a mi mentalidad occidental que todo lo tamiza con el filtro económico, le cuesta entenderlo.

De algún modo, con el tiempo, he comprendido que los anfitriones de Jesús, como bueno orientales, viven un proverbial sentido de la hospitalidad.
Es un sentimiento semejante a lo que viven un padre o una madre al recibir a un hijo. Les mueve la alegría, la esperanza y la responsabilidad.
Hasta el punto que no fueron solo Pedro y los de Cafarnaúm quienes lo recibieron con ganas.

Ocurrió lo mismo que sigue aconteciendo hoy, lo hospeda en su interior cada persona que se siente sola, alejada, sobrante, descartada, que vive sumergida en la oscuridad, en el dolor, en la opresión, en la injusticia.

Mateo aporta una pista de que eso es así: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. (…) a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló».

Esa “luz que brilla” como una estrella, indica el sendero y muestra que  estamos viviendo el tiempo en el que el Padre Dios cumple su promesa.

Creo poder afirmar que las vivencias que desgrana Mateo en su evangelio, también las observo, hoy, en los ojos ilusionados que trasparentan el alma de cada madre y cada padre.
Cada día y especialmente cuando uno de sus retoños arranca de casa a cumplir sus sueños.
Esos padres, desde la distancia, van aprendiendo a aceptar con ilusión los andares de su hijo y las decisiones de su hija. Tal y como le sucedió a María, la madre de Jesús.

Pero también le pasa del mismo modo al Padre Dios. Le sucedió con su hijo Jesús y le sigue aconteciendo con tus andares y los míos. Él, como cada padre y cada madre, espera que acertemos con nuestras decisiones.

Por eso cuando Jesús propone «Convertíos» y «Venid en pos de mí» no plantea que copiemos materialmente su vida, sino que vayamos más allá del mundo limitado que rodea nuestros propios proyectos  y aceptemos que la vida es más autentica si los ambientamos en el espacio que rodea los proyectos del Padre Dios.

Creo que esto es lo que todo padre y toda madre espera de sus hijos cuando emprenden su camino en libertad.

Dice Mateo que cuando acontece esto y nuestro interior de hijos se abre a los susurros del Padre, a la par se produce un cambio prodigioso e inesperado: brilla una luz que lo inunda todo de alegría semejante a lo que se experimenta cuando se recoge la siega o se celebra la paz que marca el final de la opresión o de la guerra.

Y semejante a lo que vives cuando tu hija o tu hijo te dicen “vas a ser abuelo” “vas a ser abuela”. Palpas la eternidad.

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