¡La tomó de la mano!
Marcos 1, 29-39
Por José Ramón Ruiz Villamor
Sacerdote (CSJ)
Las pandemias meten el miedo en el cuerpo. Lo notamos con intensidad.
Y, a la par, sentimos cómo sufra nuestro espíritu.
Aunque anhelamos la cura que sane con urgencia la enfermedad, nos preocupan las consecuencias de los miedos que nos atenazan.
Es difícil decir qué nos inquiete más, si los padecimientos físicos y económicos que nos acarrean experiencias como la pandemia o las desesperanzas que van anidando en nuestro interior.
Cada nuevo día nos desvela con más lucidez cómo la debilidad, la incertidumbre y la necesidad de seguridad que de ello se derivan, no sean vivencias exclusivas de nuestra época, sino común a la humanidad.
Y tomamos conciencia que, para enfrentarnos con éxito a los padecimientos actuales, necesitamos adquirir la sabiduría de antaño y reconstruir la humanidad superando los intereses de unos pocos.
Marcos lo describe bien en el texto del evangelio de hoy:
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron:
«Todo el mundo te busca».
Él les responde:
«Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido».
Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.
Pienso que cuando Marcos describe estos hechos, no tenga demasiado interés en narrar una historia sin más. De hecho ya han pasado un puñado de años desde que Jesús, resucitado, ya no está entre ellos.
Creo, más bien, que los escribe pensando en ti y en mí.
Sabe que, de un modo u otro, en algún momento, las circunstancias nos obliguen a enfrentarnos al mismo desespere que él propio Marcos y las gentes de su tiempo, tuvieron que vivir.
Intuye que también nosotros, como ellos, habremos de buscar sentido a lo que vivimos. Así se propone ayudarnos a desvelar cómo el Dios de Jesús hace parte de nuestras vidas.
Y lo hace con autenticidad, sin magias ni engaños.
Marcos vivió cómo aquellos enfermos y endemoniados, se enfrentaron a las epidemias que asolaban sus ilusiones de entonces con la ayuda del “sanador” Jesús de Nazaret.
En cambio nosotros, siglos más tarde, confiamos en nuestra medicina, que aunque menos rápida que la de Jesús, nos aporta algo de lo que ellos carecían.
Aún así, ahora como entonces, ansiamos superar las incertidumbres, vencer el sinsentido de muertes inútiles, respirar serenidad, regenerar las ilusiones, volver a creer que merezca la pena sacrificarse por realizar mi vocación y seguir construyendo un futuro esperanzador para los hijos.
En resumen, tanto ellos como nosotros, nos empeñamos en recuperar el valor genuino de la vida. En esto, los humanos seguimos siendo los mismos, aunque pasen los años y los siglos,
Por todo ello me gustaría que contemples cómo Marcos te invita a que sencillamente conozcas a Jesús de Nazaret:
– Al que considera sea “la buena noticia”.
– Al que en un anochecer de entonces, en Cafarnaúm, llevaron todos los enfermos y endemoniados.
– Al que, con la misma esperanza, hoy pedimos por cada persona enferma.
– A ese Hombre, cuyo corazón se encoge, cuando contempla la enorme espera que albergan los ojos de las gentes que padecen las epidemias.
– Al profeta que apoya su autoridad en trabajar sin descanso por quien, necesitado, se agolpa a su puerta.
– Al madrugador que siente la necesidad de estar a solas con su Padre.
– Al Hijo de Dios que mientras te mira a los ojos y sana tu enfermedad desea que también vislumbres la certeza de que no hay epidemia, desespere o inquietud que sea más grande que el amor que Dios te tiene.
En esta aventura de conocer a Jesús, permíteme que te cuente un detalle que escribe Marcos en este trozo de evangelio. Durante años lo he leído sin saber interpretar muy bien. Nuestro ambiente de pandemia me ayuda a comprenderlo.
Me refiero al gesto de Jesús con la suegra de Pedro:
Al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
He enfatizado las expresiones que, en nuestro contexto semejante al de entonces, me parecen reveladoras.
Encuentro que al solapar la experiencia que vivimos en nuestros días, donde las distancias, las mascarillas y la soledad marcan nuestras relaciones, con las vividas por aquellas gentes, el gesto de Jesús ilumina mi sendero.
Siempre hay motivos que justifican mantengamos la distancia.
También, entonces, había muchas razones para que Jesús mantuviera una distancia prudencial: era sábado, día en que todo judío debía mantener la pureza ritual. La suegra de Pedro estaba enferma por “fiebres”, lo que exigía su aislamiento. Y no menos importante, esa persona era mujer.
A pesar de ello, Jesús se acerca y la coge de la mano.
Interpreto que este gesto no sea exclusivo del encuentro con la suegra de Pedro.
Creo sea la descripción del gesto exacto que Jesús usará con cada una de las personas que, al anochecer de aquel mismo día, le han llevado para que sanen.
Marcos describe un detalle más: Jesús se acerca y la toma de la mano y la levanta.
No es un detalle baladí. Levantar a la persona postrada, conseguir que de tu mano se ponga en pie, es permitir que la vida haga parte de ella y de su interior. Es dejar de vivir la enfermedad como una derrota. Es trocar el miedo y la debilidad en agradecimiento. Es volver a saborear la vida.
Marcos lo dice sencillo: Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Pienso que esa actividad de la suegra de Pedro, su disponibilidad al servicio y colaborar en la misión de Jesús, es un modo de expresar cómo esa mujer sienta en su interior que su vida cobre, de nuevo, sentido.
Así interpreto que el gesto de Jesús sea el mismo que el gesto de la madre, del padre, cuando construye familia.
Considero que este sencillo mensaje haga parte de lo que Santiago y Juan, Simón y Andrés experimentaron aquel día y que Marcos tiene interés en que, también nosotros, vivamos.
Recuerdo un dicho del filósofo romano Epuleyo: “uno a uno todos somos mortales. Juntos, somos eternos.”
Entiendo, así, que aquella casa de Pedro se trasformara desde el primer momento en la Casa de Jesús y sucesivamente en la casa a la que, todos los que se juntaban alrededor de Jesús, decían “La Casa de la Asamblea” (La Domus Eclesiae).
Era el lugar donde compartir la alegría de la sanación, el hogar donde encontrarse y contagiar la ilusión por la vida.
Y de este modo, Cafarnaúm pasó de ser una villa desconocida en una comarca pobre, a ser la primera que, alojando a Jesús, hiciera realidad lo que su propio nombre significa: ser la «Ciudad de la consolación”.
Desde entonces, posiblemente, el mismo Pedro se sorprendería, al notar como él mismo se transformaba, a la par que su casa, antes en la casa de Jesús y luego en la casa de todos. A lo mejor por ello, cuando Jesús le encargó gobernar su nueva “Iglesia”, nadie se extrañó.
La propuesta de Marcos hoy es que no dejes que la soledad se adueñe de ti, que no desesperes y que te animes a ser parte de aquella misma familia que viene de antaño.
Las personas que nos sentimos integrados en esta familia no lo somos porque seamos perfectas sino porque estamos dispuestas a compartir lo que somos superando las reticencias y los miedos.
Me gusta como lo expresa el premio Nobel de la paz Elie Wiesel:
“Este es el deber de nuestra generación al entrar en el siglo XXI: la solidaridad con los débiles, los perseguidos, los abandonados, los enfermos y los desesperados. Esto expresado por el deseo de dar un sentido noble y humanizador a una comunidad en la que todos los miembros se definan a sí mismos, no por su propia identidad, sino por la de los demás.”
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Si deseas curiosear sobre la casa de Pedro y su importancia en los primeros años del Cristianismo te sugiero estos enlaces: