
Intimidad
es alojarse en los brazos de Papá
Lucas 11, 1-13
Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)
¿Cómo sería nuestro mundo y nuestra vida si en lugar de usar la palabra “Dios”, con la misma naturalidad dijéramos “Papá nuestro” o sencillamente “Papá”?. ¿Seríamos los mismos?.
Me brota la sonrisa al imaginar la expresión de sorpresa en las personas amigas que se encontraran frente al compromiso de responder a la pregunta: “¿crees en Papá Nuestro?” en lugar del consabido “¿crees en Dios?”.
Por otra parte, imagino también la vivencia de Pedro y del resto al asociar la potencia milagrosa de Jesús con su costumbre de retirarse a un lugar apartado y orar con Dios.
Comprendo así, que creyendo posible que también ellos pudieran sanar y curar a los afligidos, sintieran el deseo de saber orar como Él, como Jesús:
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».
Él les dijo: «Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”».
Y les dijo: «Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice:
“Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde:
“No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?».
El “Padre Nuestro” de Jesús o, mejor dicho, su “Papá Nuestro” es más que una bonita oración.
Manifiesta el deseo de Dios de que cada uno acudamos a Él con plena confianza. Algo así como abrir de par en par las puertas del Santa Sanctorum de su templo para invitarnos entrar en libertad.
Con ese «Cuando oréis, decid: “Papá” » Jesus nos informa que el Creador de la historia y del mundo derrumba las barreras que impiden acercarnos a Él y, como si se tratara de un padre enseñando a caminar a su hijo, abre los brazos acogedores esperando que nuestros pies torpes se arranquen alegres a su encuentro y se fundan con Él en un abrazo paterno.
Porque eres su hijo. Eres hijo de Dios y Él es feliz cuando te atreves a entrar en su espacio de intimidad.
Intimidad es esa zona abstracta que toda persona reserva para sí misma y un grupo exclusivo de gente.
Es tan importante en el ser de la persona que incluso es un derecho protegido que abriga los actos y sentimientos que deseamos mantener fuera del alcance de otros.
Pues bien, cuando dices “Padre Nuestro” es bueno que sepas que te estás moviendo en esa zona que pertenece a la “intimidad de su Padre Dios”. Y lo puedes hacer con la libertad de un hijo.
Por eso, al contrario de lo que a veces podemos pensar, no es Dios quien, como un extraño se adentra en nuestro interior e invade nuestra libertad. El “Papá Nuestro” de Jesús sugiere que es exactamente al revés.
De tal modo que es en ese espacio de acogida donde es posible anclar la fe e impulsar nuestro crecer.
Este trozo de evangelio añade además que, en esa zona de intimidad, Dios vive tan intensamente su realidad de “papá” que siempre otorga lo que se le pide.
Por eso te propongo, ante todo que te aproveches descaradamente y ejerzas de hijo o hija de Dios.
Pero recuerda que ser hijo es distinto a sentirse hijo y que es necesario andar ese camino en el que padres e hijos se adoptan mutuamente.
Es al vivir esa realidad cuando descubrimos que cada uno devuelve algo de la imagen del otro.
Así que, cuando ores diciendo “Padre Nuestro” siéntete en los brazos de Dios, o mejor de tu Papá y, al tratar de percibir cómo su corazón acompasa al tuyo, escucha el susurro de su voz que te dice: “Si permaneces en mí y mis palabras permanecen en ti, pide lo que desees, y se realizará”.