Hitos de eternidad
Marcos 13, 24-32
Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)
Nos preocupa y a veces desazona el futuro. Y según cumplimos años, más.
Siempre ha sido así. También a los coetáneos de Jesús.
Quizá por eso, el texto de Marcos, siguiendo esas tendencias, describe este apocalipsis:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En aquellos días, después de la gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán.
Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.
Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre».
El relato impacta e inquieta.
A pesar de ello permíteme que te tranquilice. Que te recuerde que a Jesús, entonces y ahora, le gustan poco este tipo de narraciones. Él no hablaba de estas cosas.
A Él le gusta más vivir la confianza en el grano que se siembra, descubrir el tesoro escondido, compartir la alegría por la perla encontrada.
Así le encantan esas personas no se arredran y viven el reto de la vida con pasión, con intensidad y autenticidad, como lo hace toda mujer que felizmente embarazada, determina vivir su futuro.
Por eso, lo que especialmente desea el mensaje del evangelio es que tú y yo tengamos la certeza de que somos eternos; y que esa eternidad no la viviremos, solo, en esta tierra que habitamos.
Jesús insiste en que abramos los ojos a lo que nos acontece y escudriñemos cómo es posible experimentar lo que seremos en la eternidad. Algo así como cuando el hombre aprende a crear las condiciones que anticipan y preparan sus viajes en el universo.
Adquirir esa sabiduría no es una tarea sencilla ni fácil. Para nadie. Pero es particularmente complicada para las personas que se relacionan con la vida desde la superioridad.
Por eso, la propuesta de Jesús es que pensemos el futuro o la eternidad como un regalo que se espera.
Y mientras tanto miremos el presente con ojos de niño para el que cada abrazo siempre es gratuito; con el corazón de la enamorada para quien cada encuentro con el amado es un inmenso descubrimiento; con la sabiduría del agricultor que, al ver los brotes verdes de la higuera, sonríe al verano que llega; con la alegría de quien encuentra el tesoro que le cambia la vida; con la pasión de quien supera el miedo a volar para compartir unos días de aventura con la familia; con la astucia de quien sabe que no es posible hacer una tortilla sin romper los huevos.
El caso es que a Jesús, no le preocupan para nada los que se equivocan en esta aventura de la vida. Para ellos ha inventado el perdón que es virtud de dioses.
Quien, realmente le preocupan, son los pusilánimes.
Y se enfrenta especialmente a los que desalientan en la vida y derrotan la esperanza.
A pesar de ello, en este texto, el evangelista intenta compartir contigo cómo es el interior de ese Jesús que inspira confianza.
Pretende que tú y yo seamos menos torpes que él, que tardó en comprender cómo el espíritu del Dios del amor ama a cada hijo, independientemente de cómo ese hijo haya decidido ser.
Desea que tardemos menos que él en ser auténticamente felices aquí y ahora.
Espera que cuanto antes veamos las señales que nos hablan sobre cómo el corazón de Padre o de Madre se desvive por cada uno, seamos como seamos.
Y lo hace con palabras tan hermosas que, creo, realmente animan a vivir el lenguaje del amor: Cuando veas que las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas,… sabed que él está cerca, a la puerta.
Como quien se ha prendado de tu sonrisa; como la madre incansablemente atenta; como el padre que con los brazos abiertos espera te cobijes en su regazo.
Y para que confíes en que, te suceda lo que sea, aunque vivas la incertidumbre o la derrota o creas que no hay futuro para los buenos, recuerda siempre: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.