Hacer “Justicia”
es poner nombre a la pobreza
Lucas 16,19-31
Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)
Jesús de Nazaret me parece un influencer sorprendente y maravilloso.
Dos mil años antes de que las redes sociales invadieran nuestra vida cuotidiana, Jesús ya dominaba las estrategias para captar la atención y, lo que es más complicado, para llegar al corazón.
Observa: todos conocemos a Lázaro; pero nadie sabe del rico, ni el nombre.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día.
Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.
Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.
Pero Abrahán le dijo: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.
Él dijo: “Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”.
Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”.
Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.
Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”»..
El evangelio del domingo pasado animaba a pensar en las personas cuando manejamos el dinero, a comprar con él solo cosas y llenarnos los bolsillos solo de aquello que podemos llevarnos al cielo.
Este trozo de evangelio de Lucas hurga mucho más intensamente en el interior del ser humano. Su objetivo es zarandear la conciencia del indolente. Para ello propone un proceso:
- Si crees ser una excelente persona atrévete a abrir los ojos a la persona que bajo cartones duerme cerca de tu portal.
- Si te consideras su prójimo, mírale a la cara, y pregúntate ¿estoy dispuesto a atender su necesidad?
- Si deseas ser justo, ponle nombre y trátale como persona, con dignidad.
La prueba del nueve de que hemos realizado adecuadamente este proceso es que, lo mismo que seamos capaces de romper las barreras que, en esta tierra, nos separan de la pobreza, también se eliminarán, en el más allá, las distancias entre el rico y el pobre.
Pienso que podemos estar de acuerdo en considerar a Jesús un maravilloso influencer cuando inventa esta historia. De hecho provoca que captemos las claves para que tu corazón y el mío respiren autenticidad.
Y lo consigue de un modo sencillo y eficaz al poner de nombre “Lázaro” al pobre llagoso del portal.
En el fondo, Jesús llama “Lázaro” a cada pobre. Porque en hebreo decir Lázaro es decir “Dios ayuda”.
De este modo, con igual sencillez Jesús nos trasmite que cada vez que tú y yo somos capaces de romper la distancia que nos separa del pobre nuestras acciones se ensamblan con las del Padre-Dios.
Es decir somos “justos”. De tal modo que somos “justos” cuando aplicamos la justicia. Pero lo somos más cuando nuestro corazón, nuestra voluntad, y nuestras acciones engranan con los deseos del Padre-Dios.
Existe un termómetro que mide el nivel de sensibilidad que tenemos hacia la pobreza: la generosidad.
Creo poder afirmar que, cuando conseguimos que nuestra sociedad se mueva más por generosidad y menos por interés ya estamos disminuyendo la desigualdad.
Podemos comprobarlo con facilidad. Porque sabemos que quien siempre es generoso es el pobre.
Pues bien cuando ponemos nombre al pobre y superamos la distancia entre la pobreza y nosotros, nos contagiamos del virus de la generosidad.
Y eso ocurre porque, como las pandemias nos enseñan “en la cercanía todo se contagia”