Gracias
por regalarme alas para volar
Lucas 4, 21-30
Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)
Cuántas herencias rompen las familias.
Qué difícil es cuando los derechos pesan tanto en el reparto que hay un antes y un después en la familia.
Siquiera la sospecha de que parte de la herencia vaya a quien se considera no tenga derechos, provoca una desazón inmensa en el interior de quien lo sufre.
En aquel tiempo, Jesús comenzó a decir en la sinagoga:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca.
Y decían: «¿No es este el hijo de José?».
Pero Jesús les dijo: «Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún».
Y añadió:
«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.
En este texto, Lucas describe la reacción de los conciudadanos de Nazaret al mensaje de Jesús del domingo pasado.
Quizá tú y yo nos sorprendamos. Jesús no. Y no solo. El propio Jesús sabe que esto que ha ocurrido en su pequeño pueblo se va a repetir en su vida y en la historia de la humanidad.
Porque no es fácil dejar de comportarse como si la felicidad fuese un derecho.
Sembrar la semilla de la felicidad es la vocación de cada padre, de toda madre.
También de los educadores.
Pero si el hijo piensa que sea un derecho, por el hecho de ser hijo, puede estar equivocándose.
Jesus en el evangelio te informa que no hay derechos de siembra en exclusividad.
Que en su reino de felicidad cada ser humano, cada persona tiene los mismos derechos: ninguno.
Porque en el “reino” que él propone se conjuga el verbo “REGALAR”.
No hay término medio. Porque como dice el refrán: «mal camino no lleva a buen destino».
La posición de Jesús es clara, si te mantienes en tus pretendidos derechos le verás alejarse.
Y va, todavía, más allá.
Si crees que el ser “hijo de Dios” te da derechos, vas a encontrar muchos motivos para sembrar la discordia.
Todo padre y cada madre se enfrentan a esta experiencia cada día. Las personas que andan la senda del vivir los detalles de la vida como un regalo cultivan la serenidad, trasmiten la paz y aportan denodados esfuerzos para construir familia.
Me gusta cómo lo dice San Pablo (Corintios 13)
Ambicionad los carismas mayores. Y aún os voy a mostrar un camino más excelente.
El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca.
Enhorabuena a ti que te sientes persona amada y amas.