¡Hoy es primavera y no la puedo ver!
Juan 3, 16-18
Por José Ramón Ruiz Villamor – Sacerdote (miembro de Congregación de San José)
Dicen que había un ciego sentado en la vereda, con una gorra a sus pies y un pedazo de madera en la cual se leía: “Por Favor, Ayúdenme, Soy Ciego”
Un creativo de publicidad que pasaba frente a él, se detuvo y vio unas pocas monedas en la gorra. Sin pedirle permiso tomó el cartel, le dio la vuelta, tomó una tiza y escribió otro anuncio.
Volvió a poner el pedazo de madera sobre los pies del ciego y se fue.
Por la tarde el creativo volvió a pasar frente al ciego que pedía limosna, su gorra estaba llena de billetes y monedas. El ciego reconoció sus pasos y le preguntó qué había puesto en el cartel. El publicista le contestó:
– “Nada que no sea tan cierto como tu anuncio, pero con otras palabras”, sonrió y siguió su camino. El ciego nunca lo supo, pero su nuevo cartel decía:
“HOY ES PRIMAVERA, Y NO PUEDO VERLA”
En nuestra vida, sabemos que siempre es bueno y sabio aprender a ver ciertas cosas de otro modo.
Una de esas cosas que es bueno ver con otros ojos es “la Trinidad”.
Te anticipo que, en mi opinión, la Trinidad es una de las expresiones más altas a las que ha llegado el pensamiento humano. Paradójicamente es también una de esas cosas de las que menos se habla; desde luego muy poco o nada en la vida cuotidiana y algo cuando llega el domingo de la Trinidad. Algo así nos ocurre con cosas tan cuotidianas como la “Familia”, la “Madre”, el “Padre” o “el Querer”. Son cosas de las que no hablamos, y en cambio nuestra jornada está jalonada de vivencias de familia: “mamá, me tengo que ir, no te puedo escuchar”, o “díselo a tu padre” o “tu hija quiere volver más tarde”.
Es curioso porque Jesús hizo lo mismo. Sabemos de la Trinidad porque Él por primera vez nos contó cómo eran en su Casa y en su Familia. Antes de Jesús nadie en la historia de la humanidad había mencionado nada parecido. Y después de Él llevamos una vida intentando explicar en qué consista eso de que la Trinidad sea “un solo Dios en tres Personas”.
Me parece que esta sea una de esas cosas que necesitan el arte de un publicista para que se vean desde la perspectiva adecuada.
Por eso me encanta el evangelio de Juan que nos toca hoy:
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Ya sé que las palabras que usa Juan resultan un poco… ¡uf! A pesar de ello, creo que el fondo del mensaje sería el mismo, con palabras más actuales, si Jesús fuera un parisino, romano, neoyorkino o de tu pueblo, actual. Con gesto confiado, tono sereno, mirada risueña, sus palabras sonarían en ti algo parecido a:
Mi Padre te ama tanto, te tiene tanto cariño, que va a perdonarte todo lo que hagas. No va a juzgarte por tus decisiones equivocadas. Te quiere tanto, que solo desea que en lo más profundo de ti tengas la certeza de que Él es tu Padre. Lo que estoy haciendo por ti es porque Él me lo ha pedido para que tú seas feliz.
Pero fíjate, aún te lo podría decir más breve, posiblemente más cercano al lenguaje que tu corazón siente, independientemente de la cultura y edad que tengas. No sé si es una expresión más intensa que la que Juan nos cuenta de Jesús; en cualquier caso, creo lleve el mismo mensaje de fondo:
Te amo tanto que temo pecar amándote demasiado
Son las palabras, que un día, entre caricias y besos le decía al adolescente Leonardo Murialdo su madre Teresa Rho.
A mí me parece que Jesús es el mejor publicista que ha habido nunca. En el cartel que contiene lo que crees sea importante en tu vida Él te sugiere una perspectiva distinta, no para complicarte la vida, sino para que siendo más autentica, tú seas feliz en abundancia. Y además, se implica en ello.
Cuando nuestro corazón cansado y decepcionado piensa que esta vida tiene ya poco más que ofrecerte que unas dosis de tranquilidad, las palabras que Jesus escribe en nuestro cartel de ciegos llevan tanta carga de amor cuanto de esperanza de que sigamos siendo activos, de que pensemos que sigue mereciendo la pena el tiempo y la vida regalada por tu familia. Y va un poco más allá y te sugiere: siempre merece la pena regalarla también para otros”.
Hay dos lógicas consecuencias que nacen, ambas en automático, de esta teología sobre la vida que propone Jesús: la primera se lo han dicho toda la vida las madres a los hijos, las mujeres a los maridos, las novias a los enamorados: “dímelo andando”. No me extiendo en ello.
La segunda lógica, que también surge en automático de las palabras de Jesús, me ha llegado esta mañana en un whatshapp como respuesta a uno previo mío. Mi mensaje consistía en una foto con una frase sobreimpresa, sacada del evangelio de Marcos 11, 24 que dice: cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis. La respuesta que he recibido decía: “De acuerdo, por eso a veces la oración es más bien una acción de gracias”. Mi opinión es que esta respuesta sencilla y maravillosa es una expresión estupenda que refleja lo que hay en el ánimo de Jesús cuando trata de comunicar lo que motiva la acción del Padre, del Hijo y del Espíritu en la vida de cada uno: que en cada jornada que vives borbote de tu corazón el agradecimiento por tener personas que llaman a la puerta de tu vida y te dan la posibilidad de salir de ti y de amar; y que cuando al final del día, sientas que hay cosas en las que necesitas la ayuda de Tu Familia, las trasformes en oración y las pongas en las manos del Padre.
No te lleves a engaño; a pesar de lo que pueda parecer no deseo, en este momento, animarte a que seas persona agradecida. No.
Seguramente ya lo eres. Y si no lo eres… encontrarás el camino para serlo.
Deseo, más bien, utilizar estas líneas para agradecerte a ti lo que cada día haces por las personas que Dios te ha regalado y ha puesto en tu senda. A ti que te has creído las palabras de Jesús y las haces realidad en tu día a día. A ti que dejas que el Padre te utilice de instrumento para que otros tengan una vida más bonita. A ti que, como María, llevas almacenando en tu corazón tantas vivencias en las que entrevés que según vas descubriendo los entresijos que hacen parte de tu familia, también intuyes los que el Padre vive con la gran familia humana. A ti que encuentras el modo de sentar a los que amas alrededor de la mesa familiar y recargas tu alma participando del Pan y de la Palabra. A ti que todos los días le pides a Dios que te dé salud para seguir ayudando a quienes de ti dependen. A ti que desde pequeño, desde pequeña has aprendido a decir mientras andas, te quiero. A ti: Gracias
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