Me he enamorado ¡por fin!
Mateo 10, 26-33
Por José Ramón Ruiz Villamor – Sacerdote (miembro de Congregación de San José)
Sí, así es
Nací en el ’60 y ahora que voy a cumplir 60 por fin puedo gritar ¡me he enamorado!
No salgas corriendo… ni insistas en preguntarme “¿de quién?”.
Si te portas bien, te cuento el resto. O mejor te cuento los síntomas y tú me dices si estoy enamorado. El “¿de quién?” lo descubrirás.
¿Qué dirías si vivo un amor imprevisible, espontáneo, si cada día me levanto al alba con la ilusión de seguir viviendo una aventura maravillosa? ¿Qué pensarías si te contara que en mi aflora un sentimiento y una emoción de ternura, de regalo? ¿Te convencería si te digo que vivo en mí una mezcla de locura y de cordura?
Fíjate que estoy en la edad en la que muchos piensan que ya han trabajado lo suficiente y procuran ser felices evitando los sobresaltos, buscando la tranquilidad y deseando que les sirvan. A mí me pasa lo contrario, esa felicidad me parece un aburrimiento, estoy deseando que se me llene la casa de críos y de jóvenes que me den la lata, que me trasmitan sus rollos y contagien su alegría. Me encanta hacer de cocinillas y recoger los restos de la fiesta. Esos “jubilatas” también desean que la salud les acompañe para conocer mundo. Me gusta eso. Pero fíjate, no me importa que si no puedo viajar yo, vengan ellos a esta parte del mundo y sean felices descubriendo esta tierra tan bonita en la que vivo y nos sentemos juntos a la misma mesa que las personas que comparten mi historia.
Me hacen sonreír los años pasados intentando arreglar mi corazón a ratos destartalado, a ratos desencantado. Ahora que miro con ojos de cariño a las personas que quiero y contemplo cómo construyen su vida en libertad, me siento más libre que nunca; ahorita que solo me siento propietario de la vida que vivo en el día que la vivo, soy capaz de saborear lo que San Juan de la Cruz quería expresar cuando decía: “el que ama ya no posee su corazón”.
Te cuento también que desde que estoy enamorado mi creatividad se ha multiplicado. Me he pasado años con ella guardada en un cajón de mi persona, si usar. La he encontrado, nuevecita, antes de que caducara y, mientras la estreno, me divierto en gastarla en cosas pequeñas. Cada día me despierta, incluso al rayar el alba y me susurra “¡levanta que hoy el sol está pintando un amanecer de ensueño!”, y así la estoy utilizando para pintar mi sonrisa y utilizar colores más elegantes a la hora de hablar y de escuchar.
Lo mismo que con el cajón de la creatividad, me está pasando con otros cajones también polvorientos. Así me ocurre con el cajón de la paciencia conmigo mismo y ¡pásmate! con el de la comunicación. Aunque, de momento, solo he abierto un resquicio de este cajón, me estoy sorprendiendo de lo que entreveo. Sigo siendo castellano viejo y no me tira hacer streptease de mis sentimientos, pero el abrir el cajón de la comunicación me está ayudando a discernir el amor auténtico y con ello a respetar los espacios de soledad, de intimidad, a conjugar la autenticidad de la amistad y a conseguir que los brindis y las fiestas me sepan mejor.
No te voy a decir de quién me he enamorado, porque tú ya lo sabes; o al menos lo intuyes por lo que te he contado. En cualquier caso te lo voy a poner más fácil: te propongo que, en este momento, leas el trozo del evangelio de Mateo 10, 26-33 y de paso te cuento también el por qué me he animado a escribírtelo hoy.
Permite que te trascriba a mi modo cómo he entendido las palabras que refiere Mateo en su evangelio y que en mi interior resuenan así:
Hola hijo,
ahora que, dueño de tus ilusiones, te vas
a vivir tu vida,
recuerda que te quiero
que mi corazón te acompaña siempre.
Vive tus sueños con la serenidad
de que en cada proyecto que emprendas nada malo te puede pasar.
A pesar de los fracasos, de que te roben lo que tienes
y lo que amas
aún cuando las dudas ensombrezcan tu valor
y no veas en quién puedes confiar
no tengas miedo, recuerda que estoy contigo.
Y cuando te suban a la cruz como hicieron conmigo
no te bajes, no te desanimes, no te vengas abajo
que yo estoy contigo.
Recuerda mis susurros que alimentan tus sueños
y tu libertad
y grita fuerte, sin miedo: “¡soy hijo de Dios!”
y sigue en la cruz, confiando que tú estás conmigo.
Porque si te vence el desánimo y te bajas
también yo me tendré que bajar de la mía para estar contigo
porque te quiero.
Y entonces no me dejarás soñar tus sueños
ni resucitar contigo
y mi vida no tendrá sentido
y si, finalmente, olvidas mis susurros, me abandonarás y te perderé.
No necesitas que te diga de quién me he enamorado, porque tú también lo sabes.
Tú y yo vivimos la misma emocionante locura.
Nuestro corazón sigue vivo porque sigue dejándose desbordar y enamorar.
Antes de terminar deja que te cuente un chascarrillo: el que está más loco que nosotros, a pesar de los años que peina y de las calabazas que le han dado es el Padre-Dios. No sé cómo lo hace, pero ahí donde le ves “anda enamorado”. Y, mientras te contempla embelesado, le susurra a tu corazón y al mío “te quiero”.