El pozo de tus deseos
Lucas 18, 1-8
Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)
La mujer es el paradigma de la persona desamparada.
Siempre.
Especialmente en las culturas ancestrales.
Si además la mujer es viuda entonces representa la “Vulnerabilidad” con mayúscula.
La indefensión no se ancla en el hecho de ser mujer y tampoco por ser viuda.
La desprotección emerge cuando la persona debe enfrentarse, sobre todo, a la corrupción.
Y cuando las corruptelas permean los extractos sociales la justicia es una pantomima.
Entorno a estas prácticas, habituales en la historia de la humanidad, Jesús ahonda un poco más a la hora de identificar los ingredientes de la fe.
En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer.
«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
“Hazme justicia frente a mi adversario”.
Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo:
“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».
Y el Señor añadió:
«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»
Me maravilla la ingeniosidad de Jesús.
Con un sencillo recurso nos hace palpar la avaricia desvergonzada del juez. Hasta el punto que también a mi me enerva la diatriba o “pasar por taquilla” o quedar desamparada frente al adversario.
El texto de Lucas desenmascara así esa trampa generalizada que consiste en pensar que Dios debe proveer de bienes a sus hijos y supone un aldabonazo que suena en la conciencia de quien lo lee.
Es un puñetazo en el estómago de quien maneja los resortes del poder. Dios no bromea.
Pero también zarandea al corazón de quien vive la fe entreverada de miedos e inocula confianza en el espíritu agarrotado que anhela respirar la frescura de una religiosidad auténtica.
Así el Evangelio propone que en tu corazón arraigue la certeza de que el Dios de Jesús no es un dios chantajista. Y que es inútil pretender un “convenio” comercial con Él, para tener prosperidad, salud y victoria frente a las vicisitudes de la vida.
Con esta parábola, al Jesús del Evangelio le encantaría que tu fe pudiera experimentar que es tu corazón quien mueve el corazón de Dios y, que viviéndolo naturalmente así, habite en tí la serenidad de que la “Verdad nos hace personas libres”.
Me sorprende la ingeniosidad de Jesús al identificar la fe, tu fe o la mía, con la viuda.
Esa fe desnuda que, a fuerza de dudar, se nos hace tan pequeña e indefensa.
Me hace sonreír cómo Jesús aprecia y mima esa fe sola y viuda con la que intentamos enfrentamos cada nuevo día a las dudas, desesperes y cabreos, aún teniendo claro que los poderes del mundo pueden mucho.
Pero lo que de verdad me maravilla es el motivo por el que, de un plumazo, Jesús eleva a esta mujer en paradigma de cada ser humano que nace desprotegido y vulnerable: sabe que lleva La Vida dentro.
Y como recuerda el mensaje del grano de mostaza: aún minúsculo, nada podrá impedir que la vida que alberga cumpla su vocación inmensa.
Porque como decía Dietrich Bonhoeffer “Dios no cumple todos nuestros deseos, sino todas Sus promesas”
¡Que lo sepas!!