“El perdón es el abrazo del alma”
Lucas 15
Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)
Las tres parábolas “de la misericordia” del texto de hoy son un mensaje clave en el evangelio de Lucas.
Cuando leemos cada una de las parábolas por separado encontramos aplicaciones inmediatas y prácticas.
Así en la famosa parábola del “Hijo pródigo” emerge el Padre misericordioso tratando de que el hijo independiente y el hijo obediente se sientan auténticamente amados y parte de una familia.
En la fábula de la búsqueda de la oveja extraviada descubrimos la pasión de Dios por cada persona.
Y en la descripción del proceso de búsqueda de la moneda perdida, la alegría explosiva por recuperar, aún en lo pequeño, lo perdido.
Pero al leer las tres, de seguido, nos preguntamos, ¿qué hay de común? ¿Por qué Jesús enfatiza la oveja en el rebaño, la pequeña moneda en un puñado de ellas y los hijos en la familia?
Porque, las tres parábolas, reflejan cómo palpita el corazón de Dios: la preocupación intensa por un miembro de la familia nace de la misma e intensa preocupación que siente por la familia al completo.
Si eres madre o padre lo vives las veinticuatro horas de cada día: todos están bien si cada uno lo está.
Así las tres narraciones evidencian la preocupación que vive el corazón que ama:
- por la tremenda preocupación que suponen los hijos; sobre todo por los que se van de casa cuando esa independencia se vive como una pérdida;
- por los peligros que la oveja perdida, que nunca es anónima, pueda sufrir fuera del rebaño;
- por la importancia que una sencilla moneda aporta a la dignidad y al reconocimiento social que toda mujer merece. Las diez dracmas cosidas a un velo o entrelazadas al pelo, hacían parte del atuendo con el que las mujeres se adornaban, en tiempos de Jesús. Todas esas monedas eran el tesoro más preciado en la vida de una mujer pues mostraban la dote aportada en su matrimonio.
Por eso las tres parábolas resaltan la alegría del re-encuentro.
De ahí la escandalera con las vecinas, los amigos y la gran fiesta con ternero cebado incluido.
De entre todas las moralejas que el capítulo 15 del evangelio de Lucas nos sugieren, deseo evidenciar una en la que incorporo dos ingredientes que el propio evangelista aporta en los textos de los domingos precedentes:
Un ingrediente es la invitación a ser humildes en relación con uno mismo, con los demás y con Dios.
Otro ingrediente es la propuesta a ser prójimo hacia toda persona. No solo con tu amigo o con tu familia.
Ambos ingredientes colaboran en que podamos adquirir conciencia de que el amor de Dios por cada uno es tan enorme y concreto que es pasión de padre o de madre. Y, por eso mismo, anima a preocuparnos por la humanidad y por la casa común que esta humanidad habita.
Pero Jesús sabe que no es fácil cultivar esta vocación que albergamos en nuestro interior. Como buen padre conoce la pasta con la que está hecho cada hijo y los intereses que tensionan la humanidad.
Por eso aporta otro ingrediente que hace parte del ser de Dios: el perdón.
El perdón es la herramienta más poderosa que cada persona posee para conseguir que su propia vida sea plenamente humana y auténticamente divina. Porque el perdón permite reconstruir puentes.
Me encanta ver cómo, frente a discursos vacíos e ideologías violentas, hay personas comprometidas hoy con esta propuesta del evangelio.
Así en el evento cultural europeo más importante del verano que se desarrolla en la ciudad de Rímini, en Italia, desde hace más de 42 años, en la sesión inaugural, Mons. Pierbattista Pizzaballa, Patriarca de Jerusalén, ha terminado su testimonio personal afirmando: “No hay gesto más auténticamente revolucionario que el perdón”.
Así ocurre, también, contigo que me lees. Cada día, con una sonrisa dices: “el perdón es el abrazo del alma”