B06-El manantial de la alegría

El manantial de la alegría

Marcos 1, 40-45

Por José Ramón Ruiz Villamor – Sacerdote (CSJ)

Cuando Marcos compone su evangelio hace algo más que narrar hechos. Los representa.
Cada uno de ellos es una escena; como si del teatro de la vida se tratara. Esta narración también.

Marcos no desea que seas  un mero lector y tampoco un espectador.
Te propone que te impliques en la representación, que seas uno de los personajes. Tú eliges cuál de ellos.
Espera que vivas sus pasiones y sientas qué les mueve.

El objetivo final es que al identificarte con ellos, comprendas tu vida con tus propias pasiones.

Cuenta Marcos:

Se acercó un leproso a Jesús, suplicándole de rodillas:
– «Si quieres, puedes limpiarme».

Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo:
– «Quiero: queda limpio».

La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio.

Él lo despidió, encargándole severamente:
– «No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».

Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.

Para que tu vivencia de la representación de estos acontecimientos que representa Marcos sea auténtica te sugiero sientas la enfermedad de lepra y en sus consecuencias. Para ello te pongo en antecedentes transcribiendo lo que legislaba el libro del Levítico:

El enfermo de lepra andará con la ropa rasgada y la cabellera desgreñada, con la barba tapada y gritando: “¡Impuro, impuro!”. Mientras le dure la afección, seguirá siendo impuro. Es impuro y vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.

El primer impulso instintivo es identificarnos con el leproso.

¿Qué puede impulsar tu corazón de leproso a desobedecer la ley, acercarte a ese desconocido, hincarte de rodillas junto a él y suplicarle mientras le miras fijamente: “si quieres puedes limpiarme”?
¿Qué puede albergar el corazón de ese extraño para que a tu arrebato ilegal, le brote una mirada de compasión? Y es tan clara que tú la percibes y la sientes.
¿Qué has provocado con tu presencia, en el corazón compadecido de esa persona? ¿Qué le ha impulsado a ir más allá de los límites que le impone la misma ley que tú acabas de desobedecer? ¿Qué ha visto en ti que le incita a vencer el miedo, acercar su mano hasta ti y tocarte? ¿Quién eres tú para que, mientras te sonríe serenamente, te susurre “quiero, queda limpio”?
¿Qué ocurre, a partir de entonces, en tu cuerpo, en tu persona, en tu corazón?

Percibes que se ha cumplido tu audaz deseo: estás limpio.

Todo tú te regeneras.
Tu esclavitud trueca en liberación, la noche en día, la pena en ilusión.

Sientes la Vida Nueva palpitar en ti. Eres una persona nueva.

Me encanta la secuencia “multidimensional” de Marcos:
El movimiento entre los corazones de los personajes (El leproso  acerca a Jesús – se arrodilla – expresa su deseo de quedar limpio – a Jesús le borbota la compasión – extiende la mano – “lo quiero” – lo toca – La lepra desaparece) abre la puerta a la comunicación (– «Si quieres, puedes limpiarme» – «Quiero: queda limpio»)  en la que los sentimientos de Jesús que se compadece permean el encuentro de tal autenticidad que el leproso acepta contagiarse de la vida que Jesús le trasmite.

El resultado es sorprendente: el antiguo leproso solo siente necesidad de comunicar a todos quién y cómo Jesús ha colmado de alegría su vida.

Sí. Creo poder afirmar que esa mirada compasiva sea el manantial de la alegría. Para aquel leproso valiente entonces. Para ti, para mí, hoy.

Creo que la provocación de Marcos te pueda ayudar a vislumbrar el universo de vivencias que aquel leproso sintió desde que notó la compasión en la persona de Jesús hasta que salió corriendo, bailando  de alegría.

Es frecuente que en nuestra vida desarrollemos relaciones que, adictivas, terminan estrechando nuestros horizontes.
Es también frecuente que enfrascados en el día a día, nos cueste recordar que somos seres libres y, a la vez, maravillosamente complejos.
Es también probable que necesitemos regenerar nuestro dolor y sufrimiento.

Marcos sugiere que la compasión es la fuerza que activa nuestra propia liberación y la de los demás.

La persona compasiva desencadena que su empatía, su capacidad de percibir los sentimientos, pensamientos y emociones de los demás, sea propositiva, activa y dinámica.
La persona que cultiva la compasión se abraza, en libertad, con la otra persona y la promociona.

La compasión no depende de las circunstancias y tampoco de que la otra persona sea agradable.

Es ecuánime.

La fuerza que desencadena la compasión libera al otro de la cárcel de nuestras imposiciones y de las suyas propias, abre las posibilidades de apoyar y sentirse apoyado. Es la semilla de la alegría y de la felicidad.

Sentir la compasión es un poderoso remedio que trasforma nuestras enfermedades y aflicciones, que nos impulsa a superar los límites y abre nuestro corazón a la realidad de que no vive solo, atrapado en sus problemas.

La compasión es la propiedad del ser humano que ha experimentado la misericordia divina que anima a cultivar un interés genuino en los demás sin centrarse en sí mismo.

Cuando has aceptado la propuesta de Marcos y te has incorporado a su escena, también tú has participado de la vivencia de la alegría y de la libertad.
Y tanto tú, como yo, contemplamos cómo  muchas veces nos sentimos identificados  con el leproso y cómo en muchísimas otras ocasiones es tu mirada compasiva la que toca y sana el alma de las personas que la vida te regala.

Permíteme una última curiosidad.
Cada vez que me sumerjo en narraciones como esta de Marcos me pregunto ¿de quién habrá mamado Jesús esa mirada compasiva? Siempre me surge la respuesta inmediata: ¡de su madre, por supuesto!.
Pero, a la vez, se me dibuja una sonrisa pícara provocada por un pensamiento de complicidad que me interroga: ¿y pudo ser también de José, su padre?


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