TO-28C- El infinito en una mirada

El infinito en una mirada

Lucas 17,11-19

Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)

En la debilidad emerge la humanidad.

Especialmente cuanto la enfermedad aísla de todos y de todo.
Nos ha sucedido en nuestros días, con el COVID.
Y sucedía lo mismo, hace dos mil años, con la lepra.

Y es que cuando se alían la enfermedad y la soledad necesitamos abrazarnos a las personas
y también a Dios.

Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos, les dijo:
«Id a presentaros a los sacerdotes».
Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias.
Este era un samaritano.
Jesús, tomó la palabra y dijo:
«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?».
Y le dijo:
«Levántate, vete; tu fe te ha salvado».

La enfermedad de la lepra desnuda la piel y el alma.
Me resulta sorprendente cómo es esa misma desnudez la que rompe las barreras que nos aíslan.
De tal modo que corazones tan distantes y seres tan distintos como un judío y un samaritano se trasforman en compañeros de camino.

Todos juntos tratan de encontrarse con Jesús “el compasivo”.

El texto de Lucas da, así, continuidad a la inquietud de Pedro y sus compañeros: “Señor, auméntanos la fe”.
La sanación de los diez leprosos identifica el truco para andar la senda de la fe con autenticidad: vivir la serenidad y la seguridad de que Jesús tiene un corazón compasivo.

Y por tanto, también Dios alberga un corazón compasivo.

Ser compasivo es más que ser «empático». Mucho más.

La persona empática intenta comprender los sentimientos y emociones que siente otra persona. Trata de ponerse en su lugar.

El corazón compasivo, como el empático, también se conmueve y acompaña en el dolor.
Pero va más allá. Con actitud positiva y activa se implica hasta conseguir que todo sane y mejore.

La vivencia de la debilidad existencial es tan dura e indeseable que pone a prueba sea el sentido de la propia existencia como la solidez de la fe.

El resultado es que erosiona tan intensamente el “yo” que lo libera del narcisismo.

Es algo parecido a lo que hace la lepra.
Desnuda tan intensamente el cuerpo y el alma que, rotas las barreras que atenazan, abre el ser interior a la gratuidad y al agradecimiento.

Por eso, la persona que vive la debilidad ansía vivir la compasión que la sane toda ella;  cuerpo y alma.

Pero el trozo de evangelio de hoy sugiere que aunque la senda de la debilidad es ocasión para la compasión y el abrazo, no siempre garantiza que se regenere la persona. Toda ella.
Al decir del evangelio, solo le sucede al samaritano.

Sólo él, el extranjero, quien había salido de su tierra, ha vivido la auténtica experiencia de la compasión.
Solo él ha sentido el abrazo de Jesús tan intensamente que ha hecho experiencia del palpitar de Dios.

Por eso al volver, con el corazón libre de ataduras, a decir “gracias a Dios”, está andando la senda de la fe.
Es camino, no solo de nuevas tierras, sino de vida nueva.  Está haciendo tesoro de la Resurrección.

Los otros nueve prefieren la sonrisa cansina de vivir un mañana igual que el ayer.

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