El espíritu del desierto
Marcos 1, 12-15
Por José Ramón Ruiz Villamor – Sacerdote (CSJ)
Es parte de la rutina, al levantarnos cada nuevo día, toparnos la misma cara reflejada en el espejo.
Es posible que cada amanecer cambie el tiempo que remoloneamos antes de levantarnos, pero esa cara, que vemos, sigue siendo la misma.
No importa los años que cumplamos.
Nos vemos como nos sentimos: ¡jóvenes!
Hasta que, un día, un pequeño e insulso detalle rompe el encanto.
El mío se rompió una tarde apacible de verano. Con mis treinta y tantos años plenos de juventud le pregunté a una niña, que jugueteaba delante de su casa, por sus padres. Ella, se giró y, como parte de su juego, gritó: “mamá un señor te busca”. Aquel “señor” fue un rejonazo.
Desde ese día, el espejo se divertía al reflejar la cara real de mi persona.
Con el tiempo, he comprendido que el riesgo de contemplar la vida desde la vigorosidad de los años jóvenes lleva a interpretar la madurez como el inicio de un declive irremediable.
Esta perspectiva tiñe la vida de incertidumbre.
Observo cómo también la sociedad que me envuelve, en la medida que vive la debilidad y la fragilidad, acentúa en cada uno aún más el desasosiego y aumenta la ansiedad por recuperar la inocencia y la felicidad perdida.
Este trozo de evangelio de Marcos sugiere que el reto no esté en encontrar el modo de revertir la situación de crisis actual, recuperar la anterior y esperar un retorno de la normalidad. Sino en vivir la certeza que en la experiencia de debilidad y desierto sea posible encontrar el infinito; que al sentir terriblemente la pequeñez también sea posible experimentar, aún de un modo extraño, que la vida sea gozosamente inmensa.
Narra Marcos:
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían. Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía:
«Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio».
Al comienzo de la cuaresma, la liturgia alterna las narraciones de las “Tentaciones de Jesús en el desierto”. Este año nos acompaña Marcos.
La mayor parte de los teólogos afirman que este texto sea mucho más descarnado que los escritos por Mateo y Lucas que, además, incorporan insinuaciones teológicas a la narración de Marcos.
Opino que el texto de Marcos ayuda a captar mejor el mensaje cuando se ha vivido o se está viviendo la experiencia que él narra.
En nuestro texto, de hoy, la vivencia del desierto.
Al escribir su narración, Marcos sabe muy bien que a cada uno nos tocará pasar por nuestro particular desierto con su aridez y sus frías noches.
No elegimos cuándo nos adentramos en “el desierto”.
Es la vida la que nos empuja a ello al despojarnos de nuestras seguridades.
Así veo cómo aquel mismo Espíritu que impulsó a Jesús a su desierto, antes de enfrentarse a los momentos intensos de su vocación y de su vida, me incita a mí hoy y ahora, a penetrar si temor en mi desierto y enfrentarme a ese entorno nuevo y descarnado de mi vida sacando cosas antiguas y cosas nuevas del bagaje que llevo.
La severidad del desierto, dependerá de la autenticidad de las experiencias vividas y de cómo encares tu vivencia actual.
Y así tu futuro se puede vestir de debilidad o, en cambio, sorprenderte al descubrir la maravilla de persona que eres y que te espera ser.
Me resulta muy sugerente la alusión: el Espíritu empujó a Jesús al desierto.
En ella encuentro el quicio en el que mi vida y la tuya se mueven.
Pienso que ese sea el mismo Espíritu que originó la creación del mundo y la de cada nueva vida.
El mismo Espíritu que sonreía cuando mis padres me concibieron a la vida. El que me bendijo desde que, a los pocos días de nacer, me bautizaron y el que, a través del cariño de mis padres y de las personas que comparten mi vocación me empuja a ser valiente.
Y ahora que necesito enfrentarme a la inestabilidad de “mi mismo y de mis circunstancias” pienso que sea ese mismo Espíritu el que me susurra “no te afanes por volver a la tranquilidad que vivías, esta peripecia que te toca vivir es parte necesaria de tu vida en plenitud”.
Marcos, con el texto de hoy, sugiere no tener miedo en permitir que el Espíritu Creador de la Vida nos acompañe a revivir el mundo de Jesús; reproducir en ti, en mí y en nuestro entorno social el tiempo de Jesús.
Es tener la seguridad que el tiempo de Dios y la misericordia no pueden ser vencidos por el del miedo, la maldad, la injusticia o la debilidad.
Te sorprenderás al comprobar que cada debilidad que superas te ayudará a descubrir que eres un proyecto, una persona amada desde antes de que nacieses.
Que las incertidumbres y deseos que vives hacen parte de una vocación teñida de eternidad.
Y que al verte, cada mañana, en el espejo sonreirás al notar cómo, gracias a los años gastados, palpita en ti tanta humanidad cuanta Vida nueva y maravillosa albergas.