El camino no se anda, se construye
Mateo 20, 20-28
Por José Ramón Ruiz Villamor – Sacerdote (CSJ)
Es curioso que Mateo ponga de protagonista a María Salomé, la madre de Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo.
Y es que este trozo del evangelio de Mateo ha debido ser escrito, o al menos retocado, después que Santiago, el primero de todos, haya sufrido su martirio a manos de Herodes Agripa.
En Marcos, que escribe su evangelio antes que los otros evangelistas, son Santiago y Juan los que preguntan directamente a Jesús.
En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición.
Él le preguntó: ¿«Qué deseas?».
Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».
Pero Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?».
Contestaron: «Podemos».
Él les dijo: «Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mi concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre».
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra los dos hermanos. Y llamándolos, Jesús les dijo:
«Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.
Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».
Por lo que Mateo, al querer dulcificar aquel primer enfado que todos tuvieron ante las pretensiones de los Zebedeos, pone de manifiesto que los propios discípulos de Jesús no tenían ni idea de lo que bullía en la vida íntima de Jesús y en su empeño apasionado por hacer presente el reinado de Dios.
Encuentro comprensible la actitud de los discípulos de Jesús.
Es normal que todos deseemos de Dios el éxito en nuestra vida y la de quien amamos.
Pero también a mi me cuesta pagar un precio personal por predicar un Dios de liberación, o por realizar unas bienaventuranzas que prometen una vida distinta… a otros, más allá de mi círculo de amistades.
También yo me rebelo cuando sé que hoy como entonces, el profeta de la Vida Nueva, solo va a poder cumplir su misión pasando por el trago de Getsemaní.
Y también hoy, como entonces con el martirio de Santiago, hay personas que con su vida descorren el telón de mi ceguera y abren mis ojos a la realidad de que la liberación que propone Jesús es auténtica.
Y tiene una senda: «triunfar y ganar” no es vencer a los demás.
Es dar la vida para que los otros la tengan verdadera y en plenitud.
Por eso, ante la pregunta de una madre, Jesús solo puede responder con autenticidad y de corazón: «vivir” es conjugar el verbo “servir”; es hacer “vivir a los demás”.
Pero el “servicio” cristiano no tiene nada que ver con la esclavitud, porque Jesús no quiso hacernos esclavos ni siquiera de Dios.
El servicio cristiano recuerda mucho al espíritu del peregrino que al andar el camino sabe que el camino no se anda, se construye.
Así, cada uno aceptamos pasar malos tragos y beber el mismo cáliz que Jesús, cuando lo que hacemos y lo que somos lo vivimos como una vocación.
Cuando lo que vivimos es parte de nuestra vocación, aceptamos con serenidad el sufrimiento; estamos dispuestos a enfrentarnos a las cosas desagradables de la vida; asumimos con valentía que el cambio sea parte de nuestra vida, e incluso, que todo pueda cambiar a nuestro alrededor.
Y así, en esta convicción intima, con empeño apasionado, construimos el ser madre o padre y hacemos familia cada día, para que los hijos tengan vida en plenitud.
Por eso, creo que la respuesta de Jesús a la madre de los Zebedeos, es muy realista.
Ella que los ha criado lo sabe, comprende y acepta el mensaje de Jesús.
Y es que los dos se entienden porque hablan el mismo lenguaje, el del amor
De modo semejante, lo decía, unos quinientos años después, el reconocido pensador chino, Confucio: «Quien encuentra un oficio que ama no tendrá que trabajar nunca en su vida»
Y como dice un refrán judío: “Solo el amor da el sabor de eternidad”