B23 – El arte de la compasión

El arte de la compasión con… pasión

Marcos 6, 30-34

Por José Ramón Ruiz Villamor – Sacerdote (CSJ)

El ser humano, como el resto de la creación, es hermoso.

Vivir la humanidad es bonito, es una aventura.

Vivir la aventura del encuentro es una pasión cuando es una vocación.

Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
Él les dijo: «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco».
Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer.
Se fueron en barca a solas a un lugar desierto.
Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron.
Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas.

A pesar de la dificultad que conlleva compartir la humanidad, más allá de los límites, de las pobrezas y de los roces, este trozo de evangelio nos sugiere que vivir la humanidad merece la pena cuando introducimos, en la vivencia, elementos de eternidad.

Permite que te lo trasmita con una interesante fábula:

Cuenta la leyenda de un famoso rabino, muy conocido dentro de su comunidad. Era un hombre tan piadoso, tan bondadoso, tan casto y tan puro que el Señor de las alturas escuchaba sus palabras cuando él hablaba.
En ese pueblo había una tradición muy especial:
Todos aquellos que tenían un deseo insatisfecho o necesitaban algo que les resultaba difícil de conseguir, se dirigían a ver al rabino.
Él se reunía con ellos una vez por año, en un día especial que él elegía. Y los llevaba a todos juntos, a un lugar muy especial; único; en el medio del bosque, el rabino armaba un fuego muy particular con ramas y hojas, y de una forma muy hermosa, y entonaba una oración en voz muy baja, como si fuera para él mismo.
Cuenta la leyenda que a Dios le gustaban tanto las palabras que el rabino pronunciaba, el fuego que armaba de esa forma tan particular, y tanto quería esa reunión de gente, en ese lugar del bosque… que le era imposible resistir el pedido del rabino y concedía los deseos de aquellos que allí se habían reunido.
Cuando el rabino murió, los que se reunían con él, se dieron cuenta de que nadie sabía las palabras que en voz baja pronunciaba. Pero conocían el lugar en el bosque y sabían cómo armar el fuego.
Decidieron seguir la tradición que el rabino había instituido. Una vez al año, todos los que tenían necesidades y deseos, se reunían en ese mismo lugar del bosque, prendían el fuego, de la forma en que habían aprendido del viejo sabio… y, como no conocían las palabras, cantaban canciones, recitaban un salmo, o contaban algunas de sus cosas en ese mismo lugar alrededor del fuego.
Cuenta la leyenda que Dios disfrutaba tanto del fuego encendido, gustaba tanto de ese lugar en el bosque… y de esa gente allí reunida… que aunque nadie decía las palabras exactas; seguía concediendo los deseos a todos aquellos, allí reunidos.

Vivir en cristiano no te hace mejor que otros.
Tampoco te exime de sufrir. Es más, posiblemente te toque ración doble.

Es, sencillamente, dejar que Jesús haga parte de tu historia.

Es, como vive cada madre, abrirse a la posibilidad de vivir la autenticidad, de ser más plenamente humanos.
Es, como experimenta cada padre, reconocer que aunque se sufre más al compartir, el corazón es más feliz cuando se vuelve compasivo.

Es reconocer que cuanto más dejas que la vida de los otros entre en la tuya, más ser humano eres.
Es sorprenderse al comprobar que, a la vez, te vas transformando en ser divino.
Es caer en la cuenta que, sin saber cómo, Jesús comparte tu vida. ¡O tú la suya!
Es asombrarse que tus relaciones entre personas son más atractivas.
Es admirarte porque tus jornadas se tiñen de novedad.

Posiblemente, a la par, tu corazón vislumbrará que eso es senda de eternidad.
Y sonreirá al ver cómo la serenidad arraiga al asimilar que uno es vivir la longevidad y otro vivir la eternidad.

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