¡De nuevo solo!
mi corazón y la mar
Mateo 24, 37-44
Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)
¡Recomenzar!
De nuevo volver a hacerse a la mar.
Una vez más.
Soltar amarras y dejar que el viento vuelva a henchir las velas.
Y con el bagaje de las tormentas ya surcadas, volver a bogar con recia valentía.
Y de nuevo dejar que la belleza de cada fresco y luminoso amanecer
mantenga cálido el corazón.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.
En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».
Llega un Adviento más que, de nuevo sin compasión, tira por la borda el año viejo.
Y, la liturgia, para enfatizar más el contraste entre lo que se va y lo que llega, nos cambia de timonel.
Mateo, un hebreo de los de rompe y rasga, invita a “recomenzar” sin paños calientes.
Lo cierto es que siempre es posible volver a empezar.
Es quizá una de las cosas que más nos distingue de los animales. Ellos nunca pueden «recomenzar», les es imposible. Pero tú y yo podemos.
Esa es nuestra grandeza y, lo sabes mejor que yo, nuestro reto.
Así sucedió en tiempos de Noé después del diluvio; así sucedió también en tiempos de Abrahán tras lo de la torre de Babel.
Mateo sabe que sus palabras suenan poco agradables.
A pesar de ello, no tiene reparos en utilizar estas historias míticas porque también son muy elocuentes a la hora de invitar a «estar preparados».
Por eso te ruego me permitas que, abusando de tu confianza, te proponga algunas preguntas.
De esas que te haces cuando, cada mañana, dejas que el vaho suavice las arrugas que ves en el espejo y esconda la melancolía de tu mirada:
- ¿Qué hará tu corazón cuando te pongan en brazos la vida nueva, envuelta en pañales?
¿Qué hará tu alma con las cojeras que agarrotan las veredas y los sueños? - ¿Qué harás con aquella sonrisa que te caracterizaba? ¿y con tu mirada ilusionada?
Sé que eres persona con ese talante interior que no le teme a comenzar una etapa nueva.
Tú y yo sabemos que ese “Niño en brazos” es una invitación que viene de parte de Dios. Que ese “Jesús de Nazaret”, es una propuesta para que podamos vivir con dignidad y confianza.
Sin miedo al futuro sino con discernimiento.
Ese discernimiento que te permite ver lo que no tiene sentido y lo que hay que arrancar, incluso de raíz.
Esa confianza que te ayuda a saborear cómo cada día es una maravillosa ocasión, o si prefieres una excelente terapia, para comprender que nuestra historia personal no tiene por qué envejecer.
Por eso, opino que en el fondo, las palabras de Jesús son una exquisita provocación a vivir en concordia, en paz, en justicia y en alegría.
Así ese Niño-Dios, desea que en cada Navidad recuerdes que el Dios de Jesús, siempre tiene un proyecto de salvación para ti, para mí y para esta loca humanidad.
Por cierto, ese “bagaje” que ya hace parte de ti
y que te llevas en tu nueva singladura está hecho, también de:
Perdonar.
Escuchar, comprender y aprender.
Apreciar y agradecer.
Dormir menos y soñar más.
Celebrar y divertirte.
Ejercitar tu cuerpo y también tu mente.
Quererte algo y mimarte un poco.
Compartir y regalar.
Enamorarte.
Usar menos palabras y decir más.
Evolucionar y ser un poco mejor cada día.
Imaginar y crear.
Simplificar los problemas.
Y para estar radiante, sonreír si parar.
¡Suerte!