Cuando siembras una semilla de amor,
eres tú quien florece
Jn 20,19-23
Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)
Pentecostés era una auténtica fiesta judía.
No es de origen cristiano.
Ya el libro del Éxodo describe la esencia de su celebración: al recoger los primeros frutos festejar el cumplimiento de la promesa en la nueva tierra.
Por ello, desde la celebración de la Páscua, fiesta de la liberación, se contaban siete semanas completas. Así el quincuagésimo día, (Hag Shabu´ot), era la gran “fiesta de la cosecha”.
Opino que, no es casualidad que la fiesta cristiana de Pentecostés se solape con esta fiesta; una de las fiestas judías más significativas.
Te cuento el por qué.
Al rememorar cada momento de la cosecha y de la trilla, soy de los que he tenido la suerte de vivir la cosecha antes de las cosechadoras.
Aunque la eficacia de hoy acentúe la soledad de la cosecha, el misterio de la vida sigue ahí.
Siguía ahí cuando mis pequeñas manos colaboradoras recogían la espiga solitaria y con ilusión la entregaba a aquellas manos que cuidadosas y ágiles ataban los haces y me regalaban una carantoña;
cuando esperaba el día ventoso y soleado de la trilla y animaba a mi tío para que azuzara más al caballo blanco;
siguía ahí cuando la antigua y bulliciosa trilladora arrojaba al viento la paja mientras llenaba los sacos de grano.
Sigue siempre ahí. Susurrando al corazón que cada vivencia compartida es presagio de fiesta.
Que cada grano recogido es manifestación de vida y de Dios.
Que cada celebración en familia y en comunidad es un agradecimiento a Dios, que acompaña el misterio de la vida.
Y que junto con Él merece la pena volver a sembrar.
Opino que esta fiesta trasparente
que la senda de la fe consista poco en “creer lo que no se ve”
y mucho en “desenmarañar, entre los acontecimientos de vida, la presencia de las personas que amas”, y aceptar con valentía que entre ellas está también Dios.
También los amigos de Jesús dudaban cómo iba a ser el día de “Las Semanas”, el día de la cosecha.
¿Sería uno más?
Pascua para ellos había sido una decepción.
Pero a pesar de lo vivido cuarenta y nueve días antes esperaban, anhelaban que la paz y la esperanza anidaran en su interior.
Se lo habían oído a Jesús, el resucitado.
Pero su corazón seguía agarrotado.
Pero… ¿qué ocurrió, qué hizo que aquella víspera de fiesta fuera distinta?
Lo cuenta Lucas:
Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados.
Deseo que, al finalizar esta Pascua,
puedas sentir la presencia arrolladora, cercana y liberalizadora de Dios.
Que así, de tu corazón desaparezca el temor, arraigue la confianza y sientas el valor de seguir alimentando tus sueños.
Que encuentres motivos para que en esta fiesta de Pentecostés puedas celebrar la fiesta de la vida y compartirla en familia.