“Cuando bebas agua, recuerda la fuente”
Mateo 5, 1-12a
Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)
Cada vez que evocamos nuestra infancia emergen los recuerdos y las nostalgias.
Son añoranzas de tiempos felices, deseos de una familia feliz.
Entonces las guerras y las desgracias acontecían a gentes lejanas, tan remotas como las culturas milenarias.
Aquellos recuerdos de la niñez nos ayudan a vislumbrar cómo era la vida en el Paraíso que describe la Biblia.
Quizá la vida idílica de Adán y Eva no sea solo una descripción mítica de cómo eran los orígenes de la humanidad.
Tal vez, como los sueños, sigue anidando en el corazón de cada persona el deseo de que todo pueda volver a ser como una vez fue, en la infancia.
Lo cierto es que la misma Biblia nos despierta del sueño y describe con pinceladas de realidad el día en que Eva tomó la decisión más trascendental de la historia de la humanidad.
La “madre de los que viven” comprendió que siendo un “Peter Pan” permanente no es posible vivir una vida que merezca la pena.
“No trates de guiar al que pretende elegir por sí su propio camino” decía William Shakespeare. Y es que la aventura de cada persona es la historia de sus decisiones.
En la vida es imprescindible ir viviendo cada una de las etapas. Primero, ser adolescentes poniendo en crisis todos los valores aprendidos y heredados de nuestros padres. Luego balbucear sin miedo las primeras decisiones que, atrevidas, tiñen la juventud de libertad.
Y con la sabiduría de los años, ir tomando conciencia de que, lo que realmente merece la pena, sobre todo, es asumir las consecuencias de nuestras propias decisiones.
Ahora, con la mochila repleta de experiencias, sabemos que volver a la infancia es sólo una linda idea romántica.
A pesar de ello, nunca dejamos de percibir con fuerza la necesidad de sentirnos parte de una familia que proteja nuestros inseguros pasos y nos afiance.
«En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».
Después de leer esta maravillosa página del evangelio de Mateo te sugiero que no te dejes llevar por las apariencias.
Las “Bienaventuranzas” de Jesús de Nazaret no pretenden ser una radiografía de los males que anidan en la humanidad.
Opino que son señales, pistas dirigidas a ti y a mí.
Con ellas Jesús desea informar a quien vive en verdad la aventura de la vida de que está en el buen camino.
De modo que Mateo trata de ser realista y trazar las consecuencias de cada decisión que tomamos con autenticidad.
Así, desea que sepas que si el corazón que tienes se siente «pobre de espíritu; manso; que llora; con hambre y sed de la justicia; misericordioso; limpio de corazón; trabajador por la paz; perseguido por causa de la justicia; insultado, perseguido y calumniado» es porque con tus decisiones estás construyendo la felicidad que el Padre Dios desea para la humanidad.
No es un modo de vivir la resignación. Tampoco es un añorar el Paraíso perdido.
Es susurrarte que vivas la certeza de que tu corazón y el corazón de Dios danzan al ritmo del mismo palpitar.
Y animarte a seguir andando aquella senda dura y difícil que comenzó Eva.
Porque en ella encuentras también las huellas del “Hijo de María”.
Y desea también que sepas que tus huellas sencillas transmiten a cada persona que vive la suerte de tenerte de compañero o compañera de camino:
“Esta es senda de eternidad”. “¡Regocíjate, somos hijos de Dios!”.