Celebremos la Vida
Juan 1, 1-18
Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)
En cada cumpleaños agradezco el comienzo de mi vida, a mi madre, a mi padre, a Dios.
Y en cada celebración brindo por la vida trascurrida y por el año nuevo.
Permanece en mi recuerdo el décimo cumpleaños de la hija de una familia. Siguen vivas en mi las palabras creadoras del padre en el momento del homenaje o de la bendición: “Hija, hoy que cumples 10 años, agradecemos a Dios estos hermosos años en los que has sido nuestro regalo maravilloso. Hoy, no es un cumpleaños más. Deseamos decirte que los próximos 10 años que cumplas serán los más importantes de tu vida. Para ti y para nosotros, tu familia. En ellos elijarás tu carrera y la realizarás; serás mujer; posiblemente también elegirás a tu mejor amigo. En estos próximos diez años irás viviendo los acontecimientos que marcarán el resto de tu vida. Tenemos mucha ilusión por acompañarte. Deseamos que nos tengas en cuenta. Nos gustaría seguir siendo tus padres y que, a pesar de lo que suceda, tú siempre vivas con la serenidad de que te amamos y de que eres nuestra hija”.
El mensaje de este evangelio de Juan me recuerda mucho al de este padre que, con el corazón y mucho sentido común, trasmitía a su hija.
Es como escuchar cómo Dios te bendice: “Hijo, hija, cada Navidad celebramos el beso que yo, Dios, dí a María, a José y, en ellos, a la humanidad. Me gustaría que me dejaras acompañarte cada día de tu vida. Te quiero tanto que deseo que en tu corazón anide la confianza de que, en cada día, Yo brillo en tu vida porque te amo. Y en la de la humanidad. Porque desde el origen de los tiempos yo he pensado en ti. Tú eres mi hija, tú eres mi hijo. Vívelo y celébralo cada día para que siempre camines en la confianza de que todo es posible”.
En aquel Belén, diminuta aldea cuyo nombre significa la Casa del Pan, nace Jesús. Una aldea insignificante en la tierra y en la historia evoca al grano de trigo, tan pequeño en la siembra, pero con tanta vida en su interior que cuando es pan se comparte.
Es como si, ante la sensación de impotencia que percibimos por nuestros propios límites y de desespere por la realidad que nos envuelve, el padre-Dios me susurrara al oído: “No te preocupes, aunque te sientas pequeño. Para ti tengo previstos proyectos grandes. Si tú quieres… y me permites acompañarte”.
Así, cada Navidad celebramos que Belén eres tú, soy yo. Y mirándonos a los ojos renovamos nuestras ganas de seguir y de brindar por nuestra vida y nuestros proyectos.
Al vivir este año, de nuevo, la Navidad reconocemos nuestra pequeñez, sí, pero entreverada de grandes esperanzas.
Esas esperanzas que confiamos, se regeneren.
En este día de Navidad la bendición de Dios nos anima a sonreír como si fuéramos niños de diez años; y al alegrarnos con su compañía, vivir la serenidad y la confianza de que llevaremos a plenitud la vida que somos.
Porque en lo más auténtico de nuestro ser, de nuestra humanidad sabemos que Él es la Luz que alumbra, la Vida que celebra, la Palabra que crea y regenera.
Y es que, por encima de todo, nuestro corazón sabe que ese Niño de la Navidad es el beso de Dios que sonríe y susurra: “Sigue, confía, eres mi Hijo”