¡Buen Camino!
Mateo 11, 25-30
Por José Ramón Ruiz Villamor – Sacerdote (miembro de Congregación de San José)
¡Buen camino! es el saludo del peregrino que se dirige a Santiago; y por extensión “peregrino” es también el romero que anda hacia Roma y el palmero que se dirige a Jerusalén, todos ellos lugares santos de peregrinación cristiana en el mundo.
En general, allí donde un caminante se propone recorrer una ruta a etapas, por antiguos caminos y enfrentarse a los retos que la naturaleza esconde, sacando lo mejor de sí mismo y tratando de llegar al destino con salud, hay un peregrino al que cuando parte se le desea “Buen Camino”, que es toda una bendición.
Andar por caminos y peregrinar tiene cada vez más adeptos. Poder apartarse de la vida diaria y enfrentarse a los propios límites brinda la oportunidad de que la reflexión personal, aderezada de oración y posiblemente del compañerismo de peregrinos de otros países y tradiciones, ayuda intensamente a recuperar horizontes y validar decisiones.
No te asustes. No pretendo animarte a que hagas el camino de Santiago.
Mi reflexión pretende sugerir que la propuesta de este trozo de evangelio supone una oportunidad para renovarse y dejar que la autenticidad ensanche nuestro interior, y esto tiene una gran similitud con el ser peregrino. Te propongo el texto del evangelio:
En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Parece que, en este entender la vida como el peregrino que anda el sendero, Jesús desee sugerirte: aprende de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarás descanso para tu espíritu. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera. Algo así como decir “soy buen compañero, anda coge tu mochila y deja que te acompañe” y con la intención de convencerte aún más continúa “mi mochila es ligera, mi compañía liviana y sé adaptarme a lo que digas”.
Esa referencia que hace Jesús al yugo, me trae recuerdos de infancia.
Las casas solariegas de los pueblos de la tierra donde nací solían ser de tres alturas, la parte más alta servía de pajar y despensa, la de medio era el hogar y la planta baja la cuadra donde era habitual una pareja de bueyes. Recuerdo el rito de uncir los bueyes. Como soy preguntón mi tío me contaba que en la pareja era bueno que uno de los dos bueyes fuese manso; “esa cualidad da estabilidad, constancia y fuerza al tiro del carro”. El otro buey, en cambio, era bueno que fuese más mandón; y como los bueyes son animales que tienen buena memoria, si además tenía iniciativa y compenetración, la yunta era maravillosa; sabía sortear las trampas del camino que se volvía placentero.
Me hago idea de que Jesús debió ser más preguntón que yo porque su propuesta, en este trozo de evangelio, es muy visual y se coloca en el quicio de nuestro mundo de sentimientos.
Observa, que el yugo es el arnés que permite a la yunta de bueyes tirar de una única carga. Jesús dice: toma mi yugo sobre ti. ¿Te imaginas la escena?: yo uncido, como un buey al yugo de Jesús que, atado a la vara del carro, tira de mi carga. La sorpresa es que junto a mí, Jesús el manso, asegura el éxito de que el carro con su carga llegue a destino.
Aquí es donde te propongo que pares un momento recuerdes mi propuesta de reflexión que titulaba Gracias… tu familia tiene color y olor a fiesta,… y sigamos.
En esta ocasión te ruego me consideres sencillamente un invitado a compartir un cafelito alrededor de tu mesa camilla, o si prefieres, ya que estamos en ambiente de peregrinos, un compañero de sendero. Imagina que acaba de amanecer, has comprobado qué tal va esa ampolla que te obliga a cojear y notas con satisfacción que el baño de agua de manzanilla de ayer por la tarde la ha saneado, nos hemos refrescado, durante la Eucaristía del peregrino has recordado a los que tienes en casa, tenemos las mochilas a punto y mientras saboreamos el café y oteamos el sol que va pintando de colores el sendero y los campos… nos decimos mutuamente “buen camino”, arrancamos a caminar y vamos comentando el reto del nuevo día y hablando de mis cosas y de las tuyas.
Tu vida y la mía, en el fondo, creo sean semejantes; van hilvanadas de anhelos, ilusiones, decisiones, roces, frustraciones… dudas… y retos.
Posiblemente el reto más significativo sea cómo alimentar el “ser yo”.
La experiencia del peregrino sugiere que al hacer camino se dan algunas vivencias que ayudan a recuperar nuestro espíritu original; entre ellas hay algunas que colaboran más que otras en entender mi mundo interior: cada día el camino nuevo invita a recorrerlo; a pesar del cansancio que se arrastra, nunca es tan grande que impida querer superarse o se desdeñe la ayuda providencial, aunque a veces las circunstancias te obliguen a esperar; es sabio respetar el ritmo del paso y adquirir la serenidad del tiempo y sentir las pequeñeces que ofrece la naturaleza, la libertad y la humanidad en las personas que encuentras y que te hospedan; cómo te sorprenden las cosas que realmente te hacen feliz y cómo el ver que cuantas menos cosas sientes tuyas más amplia es la libertad interior y la sonrisa en el rostro; descubres también, que ser libre y quitarle el miedo a hablar con Dios es mucho más sencillo de lo que nunca pudieras haber imaginado; empiezas a sospechar que no hay distancia entre la vida que vivo y la Vida del Espíritu. Y por último, que según voy sintiendo la paz en mí, desaparece también la preocupación por la caducidad de los días y aparece la serenidad de que podamos continuar siendo felices eternamente.
Si observas, en el fondo, lo que haces es creerte que sea cierta la propuesta de Jesús: aprende de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarás descanso para tu espíritu; porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.
Dice el libro del Génesis que cuando Yahvé-Dios modeló una figura de tierra roja-sangre y le insufló su Espíritu esa figura cobró vida y se transformó en la esencia de lo que es cada persona. Personalmente creo que esa es también mi vocación: permitir que el Espíritu reavive mi ser humano y lo trascienda.
Esta propuesta de Jesús tiene un pero: que esta tierra roja-sangre que soy viva las pasiones de la vida de tal modo que no siempre desee tener de compañero de camino al Espíritu de Jesús. Antes de que con esto que te he planteado te lleve a pensar en cosas raras deja que te cuente un sucedido:
Hace años, un padre, me contaba su intensa experiencia haciendo el Camino de Santiago con su hijo que en ese momento terminaba la universidad. Se llevaban entre ellos como todos los padres e hijos. La planificación perfecta, las mochilas dimensionadas con el peso oficialmente soportable. Transcurridas un par de etapas, como planificado, reajustaron las cosas necesarias, hicieron un gran paquete y enviaron a casa lo prescindible. Un par de etapas más, ocurrió lo mismo. Lo que les sorprendió es que su planificación no preveía que hubiese un tercer envío. Esta vez el camino les había hecho saber qué fuese realmente lo superfluo; se quedaron con una cosa de cada, camisa, pantalón… lo puesto, optaron por tener un cambio de muda y calcetines que cada noche lavarían y se secarían mientras caminaban colgados de la mochila, el bastón, las cantimploras del agua, alguna medicina de urgencia, lo necesario para protegerse del viento, y el gorro. A partir de ahí, contaba, el camino fue realmente nuevo. La experiencia de austeridad evidenció la necesidad de compenetrarse más entre ellos. Aún así, las discusiones sobre las distintas formas de ver las cosas no menguaban. Tres días después del último envío una tormenta furiosa, en una zona con un carro antiguo como único refugio, les obligó a tomar la decisión de quitarse la ropa de vestir y protegerla dentro de la mochila, junto con la muda que llevaban colgada, lo más seca posible. Aquel amigo, me contaba, que debajo del carro, ambos se sintieron y se trataron por primera vez de forma trasparente como lo que eran, padre e hijo. Cuando al escampar se pusieron de pié y se fundieron en un abrazo entrañable se vistieron con el nuevo traje de fiesta; al reanudar el camino su corazón tenía la certeza de que deseaba ser realmente familia. Al salir del templo para volver a casa, después de la Eucaristía del peregrino y del gradecido abrazo a Santiago en Compostela, padre e hijo sabían que con ellos estaba el Espíritu que les acompañaba y les invitaba a que le siguieran dejando hacer parte de su vida.
No es fácil, lo sabes y lo sé, dejar que Jesús sea compañero de camino. No es sencillo porque te anima a prescindir de lo que te ata, irremediablemente, a la “tierra roja” y a sentirte peregrino. Pero cuando dejas que Él acompañe tu sendero la carga, la cruz, se vuelve más liviana y tú más libre; entonces tu corazón renueva la alegría de emprender cada día el reto del camino nuevo y sonríe al escuchar a Jesús decir Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.
Mi deseo para mañana, cuando comiences tu nuevo día: ¡Buen camino!