Amar es querer la libertad del otro
Lucas 6, 17 20-26
Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)
Desde que suena el despertador y nos desperezamos, utilizamos las emociones: “Tengo miedo a la entrevista de mañana”, “estoy molesto, están organizando la fiesta de cumpleaños y no han contado conmigo”; “¿te has fijado? Nuestra hijita está muy triste desde que sabe que va a tener una hermanita pequeña”.
Las emociones, aunque hacen parte de nosotros sin darnos cuenta, nos aportan infinidad de detalles sobre la situación que vivimos y en la que nos encontramos.
Por eso son necesarias para la supervivencia. Nos abren los ojos a la novedad. Así, por ejemplo, la rabia me ayuda a defenderme, cuidarme y protegerme, mientras que la tristeza me invita a pensar y procesar la pérdida que he sufrido.
¿Y el deseo de poseer? ¿Qué provoca la riqueza en mi vida? Lucas cuenta:
En aquel tiempo, Jesús bajó del monte con los Doce, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre.
Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero, ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!
¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas».
Uno de los retos más curiosos y duros de ser padre y madre, incluso de ser educador, es superar el miedo, el instinto de protección y llegar a ser padres-consejeros. Es un proceso laborioso.
Ese instinto nos pide, nos exige anticiparnos y prevenir lo que va a ocurrir. Nos cuesta un mundo saber esperar.
Pero cuando todo va bien, nuestra felicidad es inmensa; el brillo de los ojos de tu hijo, la emoción que siente tu hija transmiten que están abriendo sus propios horizontes.
Y todo va bien cuando al amar, quieres la libertad de la persona que amas.
Jesús desea que sepas que no es posible vivir la satisfacción de poseer y a la vez ser personas libres.
Porque cuando la riqueza sacia el corazón te aleja de la esencia de la que estamos hechos: ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!
En cambio, bienaventurados los que ahora tenéis hambre…
– hambre de crecer como persona,
– hambre de salir de ti, de ayudar a los demás y compartir con ellos; de disfrutar de una rica vida social y de la compañía de tus familiares;
– hambre de saborear el momento presente en plenitud, sin ansiedades; y así alcanzar paz interior y equilibrio;
– hambre de soñar despierto, con los años que tengas, y dejar que tu lado creativo salga a la luz y sigas imaginándote que es posible realizar todo aquello que te gustaría ser o hacer.
– hambre de libertad para elegir cómo queremos afrontar la vida; si desde la negatividad y el pesimismo o desde la positividad y el optimismo. Y así llegar a aceptar y agradecer de verdad por todo aquello que tengo y me rodea;
– hambre de transcender, de querer seguir viviendo un propósito vital, una misión que cumplir en el viaje de la vida, porque, como decía Santo Tomás “la autentica libertad tiene como objetivo el bien”.
Y es que Jesús desea que tu corazón sepa que el Padre-Dios te ama y te quiere auténticamente libre.
Que cada noche, al acostarte, sonrías al sentir que no eres lo que tienes, y tampoco eres lo que haces.
Incluso te propone que tengas la valentía de cambiar tus pensamientos.
Ya sabes que eso no significa dejar de ser uno mismo. Al contrario. Significa despreocuparse por tener razón.
Pero sobre todo significa ponerle mucho sentido del humor y aprender a reírte de ti mismo y de aquello que te sucede.
Así abandonaremos los miedos, reiremos, seremos personas bienaventuradas. . . y nuestra recompensa será grande en el cielo.