Alegría
es elegir la mejor parte
Lucas 10, 38-42
Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)
La felicidad es un concepto muy rico y a la vez con muchas aristas, como si de un diamante se tratara.
En su percepción influyen mucho los factores culturales.
Así, una persona occidental, se considera feliz cuando consigue buenos logros personales y maximiza sus experiencias positivas. En cambio, para un oriental, la felicidad se da cuando construye buenas relaciones con otras personas.
En este evangelio, para referirse a ese mundo que llamamos “felicidad”, Jesús utiliza la expresión: “elegir la mejor parte”. Y sugiere que es una senda que da prioridad a las decisiones que permitan alcanzarla.
Por todo ello y antes de que leas este texto, te anticipo que Lucas lo ensambla entre la parábola del Buen Samaritano y el momento en que le pone nombre y apellidos a Dios: “Padre Nuestro”.
Es como si quisiera ayudarnos a vislumbrar cuál sea la auténtica “mejor parte”. “Que sepas que penetrar en el corazón del Padre Dios es el quicio que impulsa a tu propio corazón a ser “prójimo” de toda persona.
Yendo ellos de camino, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo:
«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano».
Respondiendo, le dijo el Señor:
«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».
Que duro es que una persona que aprecias te diga » andas inquieta y preocupada con muchas cosas”.
Quizá por ello, durante muchos años, he “ignorado” también yo este evangelio. Y he preferido creer que, al decir eso a Marta, Jesús pensara en las mojas de clausura y que las alababa y animaba en su opción de vida.
Ahora que creo prestar más atención que en mis años jóvenes, al corazón de los otros, estoy también intentando comprender el mío un poco más. Y aunque me siga sentando mal el ver cómo hay personas que saben enmascarar su dignidad de señoritos y su dejadez, estoy aprendiendo a decir “Padre nuestro”.
Así, ahora, a la vez que entiendo la soledad de Marta descubro que la enamorada de la Vida es María.
Entiendo el corazón de Marta y percibo que se le salga del pecho preocupado por acoger a Jesús. Y con razón. Agasajar a Jesús era una tarea ardua para una sola mujer. Implicaba atender a los doce apóstoles y también al numeroso grupo de discípulos y mujeres que lo acompañaban en el camino a Jerusalén.
Según voy cumpliendo años me ocurre como a Marta. Cada vez encuentro más difícil poner chispa y entusiasmo en esas tareas. Tampoco el entorno social ayuda. ¡¡Para eso está el dinero y los restaurantes!!
A pesar de ello, te informo que estoy empezando a pensar que no es lo mismo morirse de viejo que entrar en el cielo con el corazón envejecido. Y también estoy barruntándome que el corazón no envejece con los años sino cuando deja de encontrar motivos para enamorarse.
Mi vida, tu vida, como el construir una familia, son proyectos. No envejecen.
También el hacerse prójimo del otro es un proyecto. Tampoco envejece.
No deseo decirte nada sobre cómo tienes que pensar, a ti que lees esto y que la vida te ha trastabillado duro. Encuentro que calzo las mismas alpargatas que tú.
Solo deseo que sepas que la parte mejor se elige cada maña en la que tu corazón se sigue enamorando.
La escena del evangelio de hoy, en la que Marta protesta mientras Jesús habla de las cosas de la Vida y María lo escucha sucede cuando Jesús está yendo de camino a Jerusalén a cumplir su vocación de Mesías.
En esa escena dos personas se enamoran: María de su vida renovada al compartir con Jesús la buena noticia del Evangelio; y Jesús de su propia vocación, a pesar de que consista en morir de mala manera.
A Marta, a ti y a mí nos queda compartir la mesa fraternal y juntos decir “Padre nuestro”. Porque como dice Saint-Exupéry “amar no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en la misma dirección”.