TO-14C-Alegria es apoyar la cabeza en el corazón de Dios


Alegría
es apoyar la cabeza en el corazón de Dios

Lucas 10, 1-12. 17-20

Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)

Un bebé es una dicha y una bendición.
La llegada de un bebé es un milagro único e irrepetible que hace los días más cortos, las noches más largas, el amor más fuerte y el hogar más feliz.
Quien ha vivido el inesperado cambio de vida que supone su nacimiento experimenta cómo un bebé reinventa su mundo y lo transforma en una vocación.

Salvando las distancias, opino que la vocación que se desencadena con el nacimiento de un bebé y la que proporciona el seguimiento de Jesús y la vivencia del Reino se parecen tanto como dos gotas de agua.
Sorprendentemente, quien las experimenta observa también cómo ambas le ayudan a vivir la vida en novedad y en libertad.

Así, igual que el amor por el hijo supone que los cónyuges acepten transformarse de pareja en familia, del mismo modo el seguimiento de Jesús nos impulsa a realizar auténticos esfuerzos por la paz y a transformar nuestro entorno en parte de la gran familia humana.

El texto de Lucas sugiere dónde está el truco para construir mi familia, mi comunidad o la familia humana:

En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él.
Y les decía:

«La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.
Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa.
Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles:
“El reino de Dios ha llegado a vosotros”.
Pero si entráis en una ciudad y no os reciben, saliendo a sus plazas, decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado”.
Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad».
Los setenta y dos volvieron con alegría diciendo:
«Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre».
Él les dijo:
«Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo».

Me encanta el desparpajo de Jesús cuando sugiere cómo reconocer la auténtica alegría; esa que cada día recarga las ganas de seguir: “No des importancia a la alegría que brota por el éxito en lo que haces; vive, más bien, alegre porque tu nombre ya está inscrito en el cielo”.

Me encanta porque es el mismo anhelo que vive cada padre y cada madre cuando hace denodados esfuerzos por conseguir que su hijo o su hija se sientan amados.
Y es que cuando una persona se sabe amada se reconoce resucitada.

Cuando existe la certeza del amor nos hace abiertos ante los cambios, amables, nos ayuda a vivir el aquí y el ahora y a relativizar, colabora en nuestro propio equilibrio y construye familia.

La certeza del amor desencadena, así, en nuestro corazón auténticos motivos de alegría con los que renovar y cultivar la tarea de seguir alimentando la vida.

Por eso te acompaño con esta bendición con la que nos felicitamos cada año nuevo:
“El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”. (Num, 6, 24-26)

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