37 – a la Madre

a mi Madre

 

Por José Ramón Ruiz Villamor – Sacerdote (CSJ)

Sacerdote (miembro de  Congregación de San José)

Muy apreciada Madre de Dios,
Ilustre Señora,
Princesa nuestra,

Querida María:

Felicidades.

Este año, hace 166 años que venimos celebrando tu fiesta.

Esta fiesta nos toca el corazón.

Naciste como nosotros, en la sencillez.
Déja que te lo diga con una poesía: 

 “Me gustas y te amo
porque eres tan humilde,
perteneces a ese grupo
pequeño de la gente
que no tiene ni nombre
ni historia, ni raíces”

(Valentín Astarloa)

Tu madre, Ana, te amaba y tu padre, Joaquín, te adoraba.

Antes de ser la Madre de Dios, ya eras su princesa.

Estoy convencido de que tu infancia y tus primeros pasos de joven y como mujer estuvieron cargados de ilusión….
En mi interior también sé que sufrías y te equivocabas como todos;
como todas las madres piensan que se equivocan;
sobre todo con los hijos.

En esta España nuestra andamos un poco enfadados, algo huraños, bastante desorientados y desunidos, y muy perdidos.

Pero sobre todo lo que más nos preocupa es que  no sabemos bien qué hacer con nuestros jóvenes.

Nuestros chicos hoy (bueno, siempre, pero sobre todo hoy) necesitan equivocarse ellos mismos; tenemos la sensación que nuestra vida y nuestra experiencia no nos sirve de mucho para impedir que no se equivoquen, que aprendan lo bueno, que no se desvíen, que no se dejen tentar por la desgana y por la droga y por lo que les hace daño.

Pero lo que más nos quita el sueño es que no sabemos qué hacer  para enseñarles; enseñarles a que aprendan, a elegir lo que les hace bien, lo que sabemos que les hace felices, lo que creemos que necesitan;
en los estudios, en la familia, en la vida.

Hoy, como siempre,  queremos evitar que tengan que tropezar en la misma piedra que hemos tropezado los demás.

Por eso, Madre, nos viene a la memoria esa poesía que dice:

«Ninguno del ser humano
como vos se pudo ver;
que a otros los dejan caer
y después les dan la mano.
Mas vos, Virgen, no caíste
como los otros cayeron,
que siempre la mano os dieron
con que preservada fuiste.
Yo, mil veces caído,
os suplico que me déis
la vuestra y me levantéis
por que no quede caído.

Y por vuestra concepción,
que fue de tan gran pureza,
conserva en mi la limpieza
del alma y del corazón,
para que de esta manera
suba con vos a gozar
del que sólo puede dar
vida y gloria verdadera

(Pedro Padilla – Carmelita S. XVI)

Madre Nuestra, Tú fuiste la “Concebida-sin-pecado-original”
y supiste lo difícil que es añadir a la vida ilusión y esperanza.

Aprendiste a aceptar la novedad.
Aprendiste a amar en el desprendimiento,
como… mi madre,
como tu madre,
como toda madre.

Y cuando Gabriel te asustó llamándote “la llena de Gracia” tú sabías que lo importante no eras tú sino el sentido de tu vida.

Y así te fue.
Así te pintó.

Dijiste “Sí” a una vida nueva,
que no era la tuya y sí la nuestra.

Hoy, Nosotros te llamamos “la Inmaculada”.
Hace muchos años, los Padres de la Iglesia te llamaban “la nueva Eva”;

Ella era “la madre de los vivientes”
Tú eres “la madre de los creyentes”

Quizá ahí esté la diferencia.
El creyente lo es porque cree; como tú creíste; como tú confiaste.
El creyente lo es porque se siente amado

En este día te pedimos: ayúdanos a creer,
enséñanos a transmitir a nuestros jóvenes que merece la pena creer,
y que la auténtica libertad es hacer lo que me pide Aquel que me Ama,
este Dios que me quiere,
ese Hijo tuyo que me resucita.

Reina Nuestra, hoy más que nunca te pedimos:

Dios te salve María,
por la luz de la luz transfigurada.
Dios te llena y te guía
y el fruto de tu vientre en tu mirada.
Dios te salvó, María.
Te llenó de su fuerza complaciente,
como el fuego del sol llena la aurora,
como el agua  la fuente.
Maduró con su luz y su ternura
el fruto de tu amor y de tu vientre.

Santa María,
hija del pueblo,
madre paciente,
fiel, generosa,
pobre y rebelde…

Míranos peregrinos, vacilantes,
cultivando este viejo paraíso,
caminando hacia tu cielo lentamente.

No queremos cansarnos de este mundo,
ni buscamos un refugio celeste.
Pero tú no te canses
de mostrarnos la meta, los caminos,
ahora y siempre.

(V.M. Arbeola)
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