Evanghélion
Marcos 1, 1-8
Juan 1, 6-8. 19-28
Por José Ramón Ruiz Villamor – Sacerdote (miembro de Congregación de San José)
Los textos de Marcos en este segundo domingo de Adviento y de Juan en el siguiente, son un homenaje a Juan el Bautista.
El motivo del homenaje es que para ambos, la persona de Juan Bautista, resume la esperanza que hace vibrar a cada vida; la promesa que alberga cada historia y personaje del antiguo Testamento: llegará el Mesías, el Salvador; “luz para alumbrar a las naciones y gloria de mi pueblo Israel”, dirá el anciano Simeón cuando María y José ponen al niño en su regazo.
Para ambos, Juan dedica su vida a ser el telonero que da paso a Jesús: «yo bautizo con agua, ÉL con Espíritu» y a su mensaje de salvación.
De hecho será Marcos, quien marque el camino a seguir al resto de los escritores, cuando él, por primero, decide comenzar la narración de los acontecimientos que envuelven la vida del Mesías, diciendo: Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
Fueron los griegos antiguos quienes cuando deseaban transmitir una autentica buena noticia que cambiaría para bien e irremediablemente la vida decían: “Tengo una ev anghelos para darte. El vocablo “ev” significa “bien” y “anghelos” expresa “mensajero”, por lo que Evanghelion desea ser una “buena nueva” o un “mensaje feliz”.
Al copiar al latín esta bonita expresión, los romanos decían evagelium.
De este modo Marcos realmente empieza diciendo:
Comienzo de la buena noticia que es Jesucristo, Hijo de Dios.
Y sigue con el texto de hoy:
Como está escrito en el profeta Isaías:
«Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino; voz del que grita en el desierto:
“Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos”».
Se presentó Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Acudía a él toda la región de Judea y toda la gente de Jerusalén. Él los bautizaba en el río Jordán y confesaban sus pecados.
Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba:
«Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo».
Me encanta cómo engarza Marcos el hermoso mensaje de Isaías (Is.40, 1-5. 9-11) con la figura de Juan, el mensajero de la noticia que te puede cambiar la vida, la voz que grita:
En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale
el heraldo que, con valentía, anuncia:
«Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder y con su brazo manda.
Mirad, viene con él su salario y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho; cuida él mismo a las ovejas que crían»
En su texto, el evangelista Juan hilvana los mismos mensajes. Aporta además un hermoso matiz:
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
Y narra, cómo Juan Bautista va evidenciando quién sea Jesús, con una treta de auténtico sabor hebreo: al enfatizar lo que él no es: “yo no soy el mesías”, “yo no soy el profeta”, termina remarcando lo que sí es: “yo soy la voz que grita”; y simultáneamente evidencia lo que sea, realmente, Jesús: el Mesías y el Profeta.
Y, a la vez que zanja la cuestión ante los insistentes preguntones, reta a embarcarse en una fascinante aventura a cada uno que le escucha, diciendo: en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.
Este es el texto de Juan para el próximo domingo:
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. Y este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran:
«¿Tú quién eres?».
El confesó y no negó; confesó: «Yo no soy el Mesías».
Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?».
Él dijo: «No lo soy».
«¿Eres tú el Profeta?».
Respondió: «No».
Y le dijeron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?».
Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías».
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:
«Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?».
Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia».
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba
Entre ambos trozos de evangelio nos queda claro por qué Juan se merece el homenaje que sendos evangelistas le tributan al inicio de sus respectivos evangelios.
Permíteme, así, que de la mano de Isaías (Is.40, 9-11) y del propio homenajeado, Juan Bautista, te presente a los dos más significativos personajes de la Navidad:
- la Madre del Mesías.
De hecho será la propia María quien al encontrarse con su prima Isabel reproduzca parte de los sentimientos del profeta Isaías, cuando dice:
Desbordo de gozo en el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha puesto un traje de salvación, y me ha envuelto con un manto de justicia, como novio que se pone la corona,
o novia que se adorna con sus joyas.
- A Jesús, el Mesías.
Será Él mismo quien, como narrará Lucas en su evangelio, al ir por primera vez a la sinagoga de Cafarnaúm, la tierra que le vio corretear, desenrollará precisamente este trozo del profeta Isaías (Is.40, 1-5) para describir su programa de vida:
El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido.
Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad;
para proclamar un año de gracia del Señor.
Me quedo aquí, en este recorrido, con el que me he divertido acompañándote.
Te sugiero que releas los textos que la liturgia propone en estos dos domingos y dejes que sus palabras y propuestas resuenen en tu interior.
En este camino de crecimiento, te ofrezco evidencies 3 propuestas o estrellas que iluminen tu sendero:
- La primera se refiere a María, la Madre Inmaculada, cuya fiesta celebraremos entre medias de los dos domingos. Deja que ella te acompañe y te inspire cómo decir Sí al proyecto de vida que se llama “Jesús de Nazaret”.
- Con la segunda deseo que desenmarañes la autenticidad del Adviento. Es el gran mensaje de Juan el Bautista. De su mano, el Adviento tiene el perfil de las grandes noticias que crean esperanza, porque es el anuncio de una buena nueva para el pobre, el ciego, el que sufre,…
Contempla cómo el profeta se adueña de los sentimientos del novio y de la novia en su día más grande de amor y recuerda cómo tú mismo vas descubriendo que quien ama la vida no puede vivir sin dejarse contagiar del sentimiento divino y de alegría, y abrir los ojos a la justicia para todos los pueblos. Solo así nuestro camino hacia la Navidad será realmente un verdadero Adviento cristiano. - La tercera es un deseo: “que la LUZ te ilumine” y, al aventurarte en el reto de Juan «entre vosotros hay uno que no conocéis… al que no soy digno de desatarle la sandalia «, te diviertas en descubrir quién sea Jesús, el esperado desde el inicio de la creación, qué corazón lo aloje, detrás de qué mirada se esconde.
Acompaño este deseo con una bendición para tu vida y la de los tuyos:
Que tus valles se levanten,
y tus montes y colinas se abajen,
que lo torcido en tu vida se enderece
y lo escabroso se iguale
Y sonríe: hay una buena nueva para ti, usa pañales.
Se llama EMANUEL, ¡Dios contigo!, Dios con nosotros.