
¡No pilles a los coches!
Marcos 13, 33-37
Por José Ramón Ruiz Villamor – Sacerdote (miembro de Congregación de San José)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.
Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!».
Con este trozo de evangelio, que acabas de leer, da comienzo el camino de adviento que nos conduce a la celebración del nacimiento de Jesús, el hijo de María y de José.
En este sendero nos acompaña Marcos.
Cuando el autor del Evangelio escribe este texto, su pueblo vive tiempos talmente convulsos que, pocos años después, lo pondrán a punto de desaparecer como pueblo junto con la destrucción del Templo de Jerusalén.
Esa experiencia dramática se prolongará por más de 30 años y teñirá de apocalíptico el mensaje de Jesús en Marcos: “¡velad!” o “Vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento”.
También en nuestros tiempos la inseguridad de nuestra salud, la dificultad de encontrar bases sólidas que garanticen nuestra vida, la incertidumbre sobre nuestro mañana y la crisis sobre nuestra identidad nos empujan a desarrollar imperiosamente una conciencia de que sea necesaria la fidelidad a Dios antes que la lealtad a los poderes del mundo que oprimen.
Exactamente lo que el corazón de Marcos y la gente de su tiempo vivió.
Esa reacción no es nueva en la historia de los pueblos y de las personas.
Sucede habitualmente en momentos de crisis existencial donde nos vemos impotentes para encontrar seguridad.
Provoca que pensemos en el mañana con temor pues “desconocemos el día y la hora”.
Hoy, como en otras ocasiones, te ruego no tengas miedo.
Aunque el evangelio de Marcos parezca apocalíptico.
Cuando Jesús dijo eso a sus amigos, a los que cada día compartían el pan con Él, no deseaba fomentar el temor y tampoco de asociar el miedo a la actitud de la vigilancia.
Me encanta el significado marinero del verbo “velar”. Se refiere a la actitud de la tripulación ante la persistencia del viento durante la noche.
Jesús te pide que vigiles para que vivas en la luz y, en el sendero y descubras las huellas del Dios vivo.
La propuesta de Jesús no surge desde el “miedo”, sino del “amor”, como la natural vigilancia de la madre al bebé.
La idea de Jesús es que, ante las incertidumbres que la vida te presenta, alumbres los miedos para que dejen de alimentar tu temor; que, en la medida que seas vigilante, crezca en tu interior la conciencia de que eres persona amada.
Recuerdo la casa donde nací y viví mis primeros años. Era una casona enorme con una balconada que, en la zona, los lugareños usaban para colgar los pimientos ñoras o los choriceros y otros ingredientes para la matanza. Puedo asegurar que entonces esta balconada señorial que corría a lo largo de toda la fachada fue mi patio de recreo hasta que mis piernas dieron para correr sin parar. Bajaba las escaleras a trompicones y saltaba así a la calle que pasó a ser mi nuevo patio de recreo. Recuerdo que una tarde soleada, antes de “ir a la calle” mi madre, de cuclillas, me acicalaba. Seguido del tradicional beso de despedida me dice:
– ten cuidado, no pilles a los coches;
– ¡¿para que no corra detrás de ellos?!, pregunto curioso;
– ¡no! para que seas cuidadoso al correr y no te pillen ellos a ti.
Algo así me parece que desea trasmitir la propuesta de Jesús cuando te anima a ser vigilante; a vivir la vida con entusiasmo; a ser persona cuidadosa en descubrir dónde anida el corazón del Padre y cuando, en cambio tu corazón se distrae.
Así es el camino del adviento. Un modo de puesta a punto que termina, ya lo sabes, con Dios entre tus brazos. ¿Te lo imaginas?
Para que lo llenes de besos y, como una madre premurosa lo cuides.
Eso es “vigilar”. Y es necesario para saber cultivar la dignidad y la esperanza.
Recuerdo también, que años más tarde, cuando dejé de ser niño y me tocó ser educador, encontraba dificultad en acompañar con sabiduría a los alumnos peleones de la adolescencia. No encontraba la clave que me permitiera, con mis veinte y algún años, ser lo suficientemente diestro como para trenzar la libertad de cada uno con la necesaria dirección del educador.
Hasta que en unos ejercicios espirituales mientras me deleitaba con el sentido común que destilan sus refranes o los Proverbios, encontré uno que me ayudó: “la mano diligente obtiene el mando; dejadez, trabajos forzados” (Proverbios 12,24).
Desde entonces voy descubriendo que cuál sea la sabiduría que encierra el corazón del padre y de la madre cuando sonriente te susurra “no pilles a los coches”.
Y así también voy intuyendo cómo sea el corazón del Padre y de la Madre Dios y cuál sea su deseo cuando en palabras de Jesús te susurra: “ten cuidado y vela”
La propuesta de Jesús anima a asumir con serenidad que un día, ese hijo o esa hija o esos alumnos que has educado y que tanto has amado y cuidado con mano diligente andarán su camino sin que puedas hacer mucho más que confiar en lo que has sembrado.
El evangelio de hoy aporta la confianza de que la vida de cada uno de ellos, como la tuya, como la mía, no van a depender de los avatares de la vida sino del corazón de Dios.
Entreverado en este texto de Marcos, puedes descubrir el corazón de Jesús. Hoy te sugiere que, así como Él, en Navidad, un año más volverá a terminar en tus brazos, del mismo modo, tu vivas con el ánimo y la alegría que te da el saber que tu vida y la mía van a acabar donde está previsto ocurra: en los brazos de Dios. Hoy y cada día.