34B- El reino de los constructores de puentes

El reino de los constructores de puentes

 Juan 18, 33b-37

Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)

Cuentan que un jeque árabe llamó a uno de sus consejeros para pedirle que le contara lo que de él se decía en el país. Y cuentan que el consejero respondió: «Señor, ¿qué deseáis, una respuesta que os agrade o la verdad?» «La verdad —dijo el jeque—. Por dolorosa que sea.» «Os la diré, señor —dijo entonces el consejero—, si me prometéis a cambio el premio que os pida.» «Está concedido —dijo el jeque—. Pedid lo que deseéis, porque la verdad no tiene precio.» «Me basta —dijo el consejero— uno muy pequeño: dadme un caballo… para huir en él apenas termine de decirla.»

El evangelista Juan desea colocarnos en la misma tesitura cuando cuenta:
En aquel tiempo . . .

Pilato dijo a Jesús:  «¿Eres tú el rey de los judíos?».
Jesús le contestó:  «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?».
Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?».
Jesús le contestó:  «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».
Pilato le dijo:  «Entonces, ¿tú eres rey?».
Jesús le contestó:  «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz»

¿En qué consiste esa Verdad de la que habla el evangelio? y ¿cómo encontrarla en la vida?

Este trozo de evangelio apunta en la dirección exacta: es bueno encontrarla y mejor aún buscarla.
Pero unas veces por miedo y otras por falta de motivación, nos da pereza salir de nuestra zona de confort y terminamos aceptando los sucedáneos de verdad y de felicidad que otros nos ofertan.
Quizá por eso, Juan propone dejarse de tonterías y vivir la aventura de buscar el manantial de la verdad y beber de él con nuestras propias manos.

Esto es lo que te propongo en la celebración de la fiesta de Cristo Rey de este domingo: rememorar lo vivido en este año litúrgico, que hoy concluimos y sonreír al nuevo con picardía y valentía.

Brindar por las personas que han hecho parte de nuestra vida. Agradecer cada encuentro.
Y las Eucaristías en las que hemos llevado nuestras esperanzas deseando escuchar palabras de vida. Encuentros en los que  hemos cantado, rezado y compartido el pan y el vino con Cristo el Resucitado.

En este domingo, queremos afirmar una vez más nuestra fe en Cristo. Y volver a compartir su mesa con la alegría y el traje de fiesta de quien siente que hay mucho que agradecer por el año vivido.

Sabemos, tú y yo, que no es fácil encarar el evangelio de este día, en esta nueva fiesta de Cristo Rey.
En este diálogo entre Jesús y Pilatos, Juan nos revela el juicio de la historia, la verdad y la mentira de cada uno, su grandeza, su ruindad, su realización como ser humano o su trágica destrucción.

Y empuja nuestro corazón dolorido a encaminarse, poco a poco, hacia el adviento.
Tiempo para ejercitar activamente la esperanza, resanar nuestras costumbres y admirar y celebrar la presencia salvadora del niño-Dios en Navidad.

Juan sugiere que los tiempos de espera son ideales para los osados buscadores de la Verdad.
Son días de misterio. Noches de contemplación. Largo invierno que presagia primavera.

Esa es la dirección a la que apunta Juan en este diálogo del Evangelio, a adentrarme en mi interior.
En ese mundo infinito en el que puedo reconocer el auténtico amor que merecen la pena. En ese universo, en el que no estoy yo solo, encuentro la amistad que me construye y realiza.

Es en ese interior donde te cita Jesús cuando dice: «Todo el que es de la verdad escucha mi voz». Es en ese punto de encuentro donde es posible descubrir la auténtica Verdad que me hace libre.

¿Merece la pena? ¿A pesar de tener la sensación de que mis esfuerzos caen en saco roto y la humanidad no desea recorrer el sendero que conduce  a la paz y a la felicidad?  . . .Te lo cuento:

Caminaba un anciano por un sendero desolado, al caer la tarde de un día frío y nublado.
Llegó él a un barranco muy ancho y escabroso por cuyo fondo corría un lúgubre arroyo.
Cruzó así al otro lado en la tenue luz del día, pues aquello al anciano ningún miedo ofrecía.
Al llegar a la otra orilla construyó el hombre un puente que hiciera más seguro atravesar la corriente. “¡Escuche!”, le dijo un viajero que pasaba por allí, “malgasta usted su tiempo al construir un puente aquí. Su viaje ya termina, pues ha llegado el fin del día y ya nunca más transitará por esta vía. Ha cruzado el barranco, dejando atrás lo más duro, ¿por qué construye un puente, estando ya tan oscuro? El anciano constructor levantó entonces la cabeza: “Es que por este mismo camino”, respondió con firmeza, “noté que hace algunas horas me trataba de alcanzar un jovencito inexperto que por acá ha de cruzar. Este profundo barranco para mí no ha sido nada, mas para el joven que viene será una encrucijada. En las sombras pasará cuando llegue aquí, es por eso que para él este puente construí”

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