Si me pierdo en tu mirada, búscame en tu corazón
Marcos 10, 17-30
Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)
Quizá sea este uno de los relatos evangélicos que más ayudan a entender cómo es Dios.
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó:
«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».
Jesús le contestó:
«¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre».
Él replicó:
«Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».
Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo:
«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme».
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
«¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!».
Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió:
«Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios».
Ellos se espantaron y comentaban:
«Entonces, ¿quién puede salvarse?».
Jesús se les quedó mirando y les dijo:
«Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».
Pedro se puso a decirle:
«Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».
Jesús dijo:
«En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna».
En los evangelios de Marcos de los domingos anteriores, Jesús propone el ser niños como el modo ideal para ser parte del Reino.
Y es que el niño es un proyecto que desde que nace, sin nada, recibe el todo de su madre; trasforma, como por arte de magia, la pareja en familia y pone en brazos de sus padres el deseo irrefrenable de ser mejores.
Pero, ¿cómo un adulto puede volver a ser como un niño? Porque los niños son felices porque son inocentes y porque son ignorantes.
En cambio, los adultos, al tomar decisiones, al equivocarnos, al cumplir años sabemos lo que vale un peine.
¿Cómo puede un corazón como el mío, volver a ser un corazón de niño? Y así vivir la alegría del Reino.
La respuesta es sencilla, cruda y sorprendente: si vive la Resurrección.
Así entiendo yo este trozo de evangelio.
La propuesta de Jesús a este joven es que se desnude de todo y abra el corazón a la novedad de la vida de la mano de los que no tienen nada.
Pero, si observas bien, a este joven le cuesta desprenderse de los bienes y riquezas. Pero lo más duro para él es no reconocer quién y cómo sea en realidad ese Dios que lo mece y abraza.
La madre ama a su hijo porque es su hijo. Sin más.
Pero, el corazón de madre sabe que los hijos van construyendo su corazón entreverándolo de apegos variados. Y que a menudo esos intereses lo llevan a vivir aventuras que hipotecan su felicidad.
El corazón de madre supera el desamor porque vive la resurrección cada día. Incansablemente.
También a Jesús le pasa como a cada madre cuando ve llegar a su niño alegre y correteando. También Él lo mira con cariño. Y también Él le susurra esos consejos que, sabe, son la base de su felicidad.
Así que, recuerda: si tus ojos contemplan a la persona que te encuentra como es capaz de mirar el corazón de madre, entonces vive la serenidad y sé feliz: tu corazón está con Dios.