Gracias… tu familia tiene color y olor a fiesta
Mateo 10, 37-42
Por José Ramón Ruiz Villamor – Sacerdote (miembro de Congregación de San José)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo.
El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa».
He querido empezar mi propuesta de reflexión con el texto del evangelio de Mateo, para que al leerlo sientas la radicalidad del planteamiento. La primera sensación es de desorientación. Las expresiones que utiliza son muy intensas: el que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.
Son tan potentes que tengo la impresión de que el equipo litúrgico que seleccionó los textos que se leen los domingos, asustado, hubiera decidido suavizar un poco la impresión no incluyendo los tres versículos previos que suenan así:
No penséis que he venido a la tierra a sembrar la paz; no he venido a sembrar la paz sino la espada. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa.
Para desdramatizar el sabor de boca que deja el texto de Mateo, permíteme que te cuente que al leer este trozo de evangelio me viene a la mente una simpática tira de Mafalda en la que la madre de Manolito le amenaza con una alpargata cuando este protesta para evitar ir a la escuela. La mano y la zapatilla de la madre aunque parecen amenazantes, son en realidad la expresión desconcertante del cariño hacia su hijo que esa buena madre lleva en su interior. Pienso que, en realidad, Mateo desea transmitir un abrazo a cada persona que ha decidido aceptar el Evangelio como libro de cabecera y dejar que Jesús ilumine su vida.
Te propongo que para acompañarme en este pequeño viaje puedas trasladarte con agilidad desde “la exigencia de Manolito” a la “exigencia de la madre”; y que con ese recorrido veamos si podemos intuir cómo es el corazón del Padre-Madre-Dios contemplando el nuestro.
Para ello te pregunto: ¿qué requisito piensas sea imprescindible para que dos personas enamoradas decidan casarse? Mi respuesta sencilla: ambos enamorados aceptan unirse en matrimonio cuando son serenamente conscientes que la otra persona quiere comprometerse en libertad y, por encima de todo, construir una familia en la salud y en la enfermedad, en la prosperidad y en la austeridad todos los días de la vida. ¿Hay descuentos en este planteamiento? Creo que, si hay duda,sea posible solo antes de…, una vez que arranca la nueva vida no se aceptan medias tintas; la vida nueva se construye en la esperanza, el esfuerzo, la ilusión y la determinación; la felicidad se esconde detrás de cada detalle, aunque exija sacrificio, sobre todo cuando cada gesto trasparenta que la nueva vida es importante para ambos.
Te pregunto de nuevo: ¿se aceptan los padres de ambos enamorados en la nueva familia? Sí para traer croquetas, cuidar nietos y ayudar económicamente. Pero ninguno de los cuatro, por mucho que se les quiera es más importante que el amor que se tiene a la otra persona y sobre todo al proyecto que supone una familia nueva.
Permite otra pregunta: y tus hijos ¿qué son para ti? Siento decir en voz alta lo que tu corazón ya sabe: se vuelve a repetir con ellos lo mismo que sus padres enamorados, en su día, determinaron fuese su vida nueva.
Pienso que estamos de acuerdo en que esto que hemos descrito en forma sucinta no te es nuevo. Si pudiera expresar en breve lo que el intenso y amplio mundo de tu experiencia transmite a tu interior, a lo mejor sería así: “El corazón suele ser infinitamente generoso cuando gasta libremente su amor en las personas que lo necesitan y vuelve acompañado de vivencias hondas jalonadas de detalles de esfuerzo y colaboración. Por lo mismo, suele estar profundamente molesto cuando se siente esclavo de la dejadez y del descuido de esas personas con las que comparte la vida”. Así piensa en cada padre y madre. Pero como en esto de construir familia la madre suele pintar de un modo más significativo, me fijo en ella cuando, con el afán de que todo mejore, insiste en la colaboración de todos: “se puntual”, “recoge tu habitación”, “no llegues tarde que tienes que estudiar”,… son solo pequeñas pinceladas que sirven de ejemplo.
Cuando una madre, o un padre, actúa con diligencia, constancia e insistencia manifiesta que está comprometida hasta el tuétano con aquel “Sí” que pronunció el día de la boda y espera lo mismo de cada persona que hace parte del mismo proyecto de vida. La no implicación de cada uno en ese proyecto no solo es cansina, sino que también provoca que se desgaste la felicidad que se deriva del sacrificio que supone empujarlo como, con los años, se desgasta el cartílago que permite a los huesos moverse evitando que el roce provoque un dolor cada vez más intenso. Hay matrimonios se rompen por ello.
En este momento te propongo que vuelvas a leer el texto de Mateo. Te sorprenderás y sonreirás cómo entre líneas descubres que tus anhelos y los de Dios coinciden. (Con el fin de actualizar el mensaje, he sustituido algunas palabras por otras en negrita, manteniendo el fondo):
En aquel tiempo, dijo Jesús a los que compartían su mismo camino:
cuando te esfuerzas en conseguir que nuestro proyecto de vida se realice, si quieres a tu padre o a tu madre más que nuestro proyecto de vida, no mereces la pena; y si quieres a su hijo o a su hija más que nuestro proyecto de vida, no mereces la pena; y el que no asume activamente su responsabilidad y se compromete, no merece la pena.
El que piense encontrar así su vida la perderá, y el que pierda su vida por nuestro proyecto de vida, la encontrará. El que recibe a la madre, al padre, a toda persona que anima a construir, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al Padre del Cielo; el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo.
El que para colaborar en animar y en construir dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa».
¿Sientes al abrazo de Jesús? ¿Sientes la sonrisa y el cariño que Jesús te trasmite de parte de su Padre? ¿Notas como te anima a seguir en el esfuerzo por alimentar la vida? Tu corazón y el suyo palpitan al unísono.
Te propongo, ahora, que pienses no solo en tu familia. Que pienses en ti.
Entiendo que pueda ser difícil si gastas tu vida por otros y, más si dependen de ti. A pesar de ello te ruego puedas centrarte en ti.
Voy a intentar ayudarte en que puedas pensar en ti sin que creas ser egoísta al hacerlo. Recuerdo que hace años un matrimonio de amigos me invitó a comer. El restaurante estaba en un marco realmente sugestivo. Desde sus ventanales se disfrutaban bonitos recortes de la costa de Plencia, un pueblecito de la costa del norte. A la vez que degustábamos un rico pescado me comentaban su reflexión: “nuestros hijos son mayores y nosotros dos nos estamos haciendo mayores, también. Se han ido de casa casi todos y están dando vida a sus nuevas familias. Ahora nos toca a nosotros vivir juntos, solos, de nuevo, como cuando empezamos. Pero… ahora pensamos que nos necesitamos para aprender a vivir el uno sin el otro cuando alguno de los dos falte.”
A pesar de que entonces yo era un curilla jovencito, entendí la hondura de su propuesta. Me ayudó mucho aquella reflexión.
Te ruego te pares un momento y pienses en ti. En ti y en el libro de cabecera que has decidido ilumine tu camino. En ese libro Jesús, enamorado de ti te hace una propuesta, a ti, a tu corazón: “escondida en la vida que vives hay una Vida Nueva, apasionante; la que vives ahora hace parte de Ella”. Fíjate que un poco más adelante del texto de hoy el mismo Mateo al final del capítulo 13 te sorprende con: El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.
Es posible que pienses algo más en ti, en tu vida, cuando tus hijos, si los tienes, ilusionados se van de casa para vivir la vida que han recibido de ti; y entonces te mires las manos y el corazón y te preguntes ¿qué tengo? ¿qué he construido? ¿qué me queda? No tengas miedo, ese momento de soledad es duro pero no es definitivo. La respuesta la llevas dentro porque Mateo en su Evangelio te sugiere que mientras construyes tu proyecto, ese que con libertad e ilusión un día determinaste que sería tu vida, también vas construyéndote a ti.
Te propone que puedas hacer silencio en tu interior y escuchar la voz del Padre-Dios que sigue susurrándote que el proyecto que ya vives en ti y tu corazón, te renueva y regenera suscitando en ti una auténtica e ilusionante novedad de vida.
Te anima a que continúes y que sonrías al contemplar que, a la vez, que te desvives porque los que amas construyan su proyecto en libertad, vas realizando ese sueño que el Padre tenía para ti cuando te pensó, te hizo nacer de fruto del amor, y te dio un beso con la primera carantoña que recibiste estando en los brazos de tu madre y la mirada embobada de tu padre; entonces te susurró: animo, te quiero, construye tu felicidad; y ahora te dice sonriendo: Gracias… tu familia tiene color y olor a fiesta.
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