Eres una posibilidad infinita de reinventarte
Lucas 3,1-6
Por José Ramón Ruiz Villamor Sacerdote (miembro de CSJ)
Al pasar los años y echar la vista atrás nos envuelven sentimientos encontrados.
Qué dirías si te preguntarán: ¿Lo volverías a hacer?
Si pudieras volver atrás, ¿tomarías la misma decisión?
Por ejemplo, ¿Te volverías a casar?, Tendrías hijos? ¿Te arrepientes de no haber tenido más?
¿Determinarías ser sacerdote de nuevo?, ¿Estás contento con tu soltería? ¿Te alegras haber sido persona generosa? o ¿piensas, más bien haber sido una tonta?
Lucas, en este texto de Evangelio no duda en responder:
En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:
«Voz del que grita en el desierto:
Preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos;
los valles serán rellenados,
los montes y colinas serán rebajados;
lo torcido será enderezado,
lo escabroso será camino llano.
Y toda carne verá la salvación de Dios».
Cuando se escribe este texto de evangelio ya ha pasado todo.
A Jesús lo mataron, resucitó y se fue.
Y cuando cada uno de los que habían compartido la experiencia intensa y vital con Jesús, se miró al espejo, se hizo las mismas preguntas: ¿Lo volvería a hacer?
Cada uno se sentía perdido, en un hueco existencial enorme. Nada tenía sentido.
Nunca es fácil sobreponerse a la decepción y al fracaso.
Tampoco lo fue para ellos cuando, alrededor del fuego, compartiendo un trozo de pan y unos peces, se encontraron cara a cara unos con otros: “Si nos volviera a pedir que le siguiéramos, lo seguiríamos?”
Lucas escribe este texto tiempo después de saber la respuesta que cada uno se dio.
Por eso lo escribe.
Porque sabe que tú y yo, antes de cada Navidad, de algún modo nos vamos a preguntar lo mismo: ¿Qué sentido tiene?
Su respuesta es increíblemente sencilla: Y toda carne verá la salvación de Dios».
Todo el texto es una asombrosa confesión de quien fue realmente incrédulo y sabe que para convencerte necesita aportar datos. Y así siente la necesidad de contarte que “En el año decimoquinto del emperador Tiberio… vino la palabra de Dios sobre Juan, en el desierto”.
Porque lo siguiente que cuenta es aún más asombrosamente increíble:
los valles serán rellenados,
los montes y colinas serán rebajados;
lo torcido será enderezado,
lo escabroso será camino llano
Exactamente es lo que nos pasa a ti y a mí al echar la vista atrás y preguntarnos, con cierta amargura, ¿qué fue de aquellas ilusiones? ¿Qué ha sido de nuestra vida dedicada?
Y al mirarnos las manos encontrar que necesitamos que nuestro corazón se pueda regenerar.
En este tiempo de espera, Lucas te mira y sonriendo te dice: “Cada uno verá la Salvación de Dios”.
Porque esa expresión Y toda carne, es intensamente importante.
De hecho, cuando 300 años antes, Baruc escribe: “Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción que llevas, y vístete las galas perpetuas de la gloria que Dios te concede” cree que las buenas noticias solo lo son para todo el pueblo en su conjunto. Porque ese “Jerusalén” es el destinatario de todo la bueno. Y cada persona es importante en cuanto pertenece al pueblo de Israel.
En cambio Lucas nos pone a cada uno delante del misterio e intenta decirme: “tú decides”
Tu decides si deseas que la ilusión de la Navidad siga siendo parte de tu ilusión.
El sabe que cada uno de los que siguieron a Jesús respondió “Si lo volvería a hacer”.
Y desea que también tu y yo, subidos a la cruz de cada día, confiemos en que la resurrección es una realidad en nuestra vida. Por eso cada Navidad es una infinita posibilidad de regenerarnos por dentro.